La gloria oculta del martirio
Cuando parece que Dios calla en medio del sufrimiento
Traducido del inglés por Catherine Shepherd
Este año se ha estrenado la película tan esperada de Martin Scorsese, una adaptación de una novela de un escritor japonés, Shūsaku Endō, llamada “Silencio”. La novela cuenta la historia de dos sacerdotes jesuitas del siglo XVII que viajan desde Portugal a Japón en busca de su mentor desaparecido, el padre Ferreira. Rodrigo viaja a Japón sabiendo que una gran persecución ha erradicado casi totalmente el cristianismo que había sido plantado en el siglo XVI. Quiere establecer el contacto con los cristianos que queden allí y también descubrir lo que le pasó al padre Ferreira, un misionero del que se dice que había cometido apostasía.
Rodrigo es testigo del martirio de dos cristianos locales, Mokichi y Ichizō. Los atan a una estaca al subir la marea y los dejan que mueran de agotamiento. Rodrigo escribe:
Ha sido todo un martirio. Pero, ¡qué martirio, Dios mío! Durante mucho tiempo he soñado y soñado con esos martirios de vidas de santos; los martirios esplendorosos en que, al volver el alma al paraíso, el cielo se llena de esplendor de gloria y los ángeles hacen sonar sus trompetas. Pero el martirio de estos cristianos japoneses que le acabo de describir nada tuvo de esplendoroso, fue así de mezquino y cruel… ¡Dios mío!, la lluvia cayendo interminable en el mar sin un solo respiro, y el mar que los mata y se obstina después en un silencio trágico. (pág. 77)
Rodrigo había experimentado durante mucho tiempo la veneración de los mártires cristianos y esperaba ver unos “martirios esplendorosos”. Pero en lugar de eso se encontró con algo “de mezquino y cruel”. En la realidad, la tortura y el sufrimiento de los cristianos resultaba grotesco y deshumanizante. En vez de un anticipo del cielo era experimentar el infierno.
Rodrigo no siente la presencia de Dios en estos acontecimientos, sino su ausencia, su silencio.
¿Por qué Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, ha abandonado a aquellos que están dispuestos a morir por Él? ¿Por qué no rescata a los cristianos que fueron ejecutados por decapitación en la costa de Libia, o las mujeres cristianas sirias que huyen para salvar su vida, o los cristianos de Nigeria que son bombardeados cuando se reúnen el domingo a adorar, o los cristianos de Corea del Norte consumiéndose en los campos de trabajos forzados? Lo que Endō nos ayuda a ver es que no hay nada romántico en su sufrimiento.
Morir por Cristo no hace que la degradación física sea menos de lo que es. El dolor sigue siendo dolor. El miedo a la muerte y a morir sigue siendo real. No hay belleza en la agonía.
Tenemos que volver a considerar esto porque, al igual que Rodrigo, los cristianos tienen tendencia a describir el martirio como algún tipo de sufrimiento santo que brilla con el resplandor del cielo. Hemos celebrado y honrado a los mártires durante mucho tiempo porque han sido el regalo de Dios a su pueblo. Han demostrado con su sufrimiento por el nombre de Cristo lo que es la vida de todos los cristianos: morir al yo y pasar a una vida nueva. Pero la gloria del martirio no se encuentra en la superficie ni es evidente para todo el mundo. Está oculto y sólo visible a los ojos de la fe. Esto lo vemos en el libro de Apocalipsis, que nos lleva entre los bastidores de la historia hasta la realidad más profunda de los acontecimientos. Juan ve Roma como una bestia no porque parezca una bestia. De hecho, no lo parece. Si lo leyéramos todo quedándonos en la superficie pensaríamos que la iglesia es un proyecto destinado al fracaso. Veríamos a Roma logrando erradicar el cristianismo. Veríamos la sangre de los mártires sólo como sangre encharcando la arena. Y oiríamos el silencio absoluto de Dios. ¿No es este un pueblo abandonado por Dios, al que tenerle infinita lástima? ¿No podríamos burlarnos de ellos así como Elías se mofó de los profetas de Baal: vuestro Dios está demasiado ocupado o dormido? ¿Tiene mala memoria? ¿Quizás esté tomándose un descanso para comer?
Aquí por lo menos deberíamos, al igual que Endō, detenernos un momento y sentir la agudeza de la pregunta.
Especialmente aquellos que no vivimos amenazados por la persecución deberíamos intentar por un momento imaginarnos lo que es orar para ser librados de un destino terrible pero no recibir respuesta.
La cruz de Cristo es el modelo de todo sufrimiento cristiano y también su esperanza. La gloria del martirio cristiano nos es revelada porque apunta a la gloria de Dios que se revela en el rostro de Cristo sufriendo.
Esto también era gloria oculta. Fue glorioso no por el valor de Cristo, ni por su nobleza ni su entereza. Jesús sufrió a manos de personas viles, despiadadas y crueles. Lo que la gente vio al presenciar su muerte fue que era ridícula o patética. Se burlaron y se mofaron porque parecía que su muerte estaba siendo en vano. Incluso al morir, Jesús clamó al cielo: Elí, Elí, ¿lama sabactani?, que se traduce como “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
La muerte de Jesús de Nazaret fue gloriosa porque Dios declaró que así lo fuera. La resurrección del Hijo de Dios invalidó la persecución por parte de los perseguidores de Jesús. Su veredicto contra él no se mantuvo en pie. No se trataba de que los principios de Jesús perduraran, ni su memoria, ni que su muerte inspirara la creación de un movimiento. Se trataba de que Jesús mismo vive, en el cuerpo glorioso que se le dio en la resurrección. Dios no está en silencio. Ha hablado por medio de Jesucristo, declarándolo inocente.
El martirio cristiano no viene con anestesia. No está exento de dudas, dolor y desesperación. Es algo muy feo. Es un viaje al mismo infierno. Pero adquiere poder por la resurrección de Jesucristo. Si el rechazo de Jesús por parte del mundo fue rechazado por Dios, entonces los que sufren y mueren por su nombre también saben que están rodeados de la misericordia salvadora de Dios. En el libro de Apocalipsis los mártires están vestidos de blanco, el color de la victoria (capítulos 6 y 7), porque han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero.
El testimonio de los mártires no es sólo para aquellos que viven bajo la amenaza de una persecución violenta. También es para los cristianos que tienen la suerte de vivir en casas acogedoras y trabajar en oficinas con aire acondicionado. La vida cristiana tiene forma de cruz. Como dijo Dietrich Bonhoeffer:
“La cruz se coloca sobre cada uno de los cristianos”:
y esto incluye a aquellos que no se enfrentan a la muerte a causa de su fe. El martirio cristiano nos muestra que la vida cristiana es morir a sí mismo, siempre y en todas partes: que la gloria de morir a sí mismo está muy escondida. Los pequeños momentos diarios en los que decimos “no” al mundo o en los que llevamos las cargas de otros o trabajamos muy duro sirviendo a menudo no son aplaudidos. El precio de estos momentos para nosotros, aunque no sea tan alto como morir, es tangible. La vida cristiana duele.
Y sin embargo morir a uno mismo cada día conduce a una nueva vida al otro lado. En Cristo, por fe, no somos condenados, sino que somos llamados a la libertad de una nueva esperanza y un nuevo propósito, para hacer sus obras en el mundo, para la gloria de su nombre.
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Obra citada
Endō, Shūsaku. Silencio. Traducido por Jaime Fernández and José Vara. 2a ed. Barcelona: Edhasa, 2009.