Perseguidos por causa de la justicia / Nesmy Bersot Mvé Nguéma
Reflexionando sobre las disputadas elecciones de 2016 de Gabón.
Traducido del inglés por Laia Martinez
Nota del editor: El personal de los Groupes Bibliques du Gabon (GBG) se encontró en medio de una serie de actos violentos tras unas elecciones polémicas en agosto de 2016. Jean Ping, líder de la oposición, perdió frente a Ali Bongo, presidente actual, por menos de 6000 votos y declaró que había ganado, exigiendo un recuento. La violencia que se desencadenó surgió de lo que un prestigioso periódico llama «el enfado profundamente arraigado del pueblo» debido a los métodos represivos y supuesta corrupción de Bongo. Los partidarios de Ping quemaron los edificios del gobierno y los militares quemaron la sede central de Ping. Nesmy Bersot Mvé Nguéma, Secretario Nacional de GBG, escribió por primera vez para el blog de IFES desde Gabón aquí, pero al cabo de poco tiempo el tribunal constitucional anunció que, después de haber revisado las elecciones, Ali Bongo era el ganador.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece (Mateo 5:10, NVI).
Las Bienaventuranzas son como un prólogo de la constitución de un país, ya que ambas contienen afirmaciones que transmiten valores y principios sobre los que se edifica una institución.
El versículo, que lleva el peso de un «valor fundamental», establece un vínculo inquebrantable entre felicidad, justicia, persecución y sufrimiento. Pero, por encima de todo, plantea dos asuntos clave sobre nuestro martirio (testimonio): ¿Qué tipo de persecución estamos sufriendo? y ¿cómo entendemos las nociones de persecución y sufrimiento por causa de la justicia?
¿Qué tipo de persecución estamos sufriendo?
Cuando sufrimos por causa de la justicia somos bendecidos. No se trata de la justicia del hombre, que tiene una doble moral y es rigurosa con el vecino pero se ablanda cuando se trata de los intereses de uno mismo o de un ser amado; o va sobre seguro cuando tiene que resolver una disputa entre un fuerte y un débil, o un rico y un pobre. No. Esta justicia busca la verdad y la equidad cueste lo que cueste; no le importa su propio futuro cuando el bienestar de un número mayor de gente está en juego. En pocas palabras, esta justicia obedece a Dios.
Estuve dos años intentando entender esta noción de justicia. Sabía cuál era la voluntad de Dios para mí, pero tenía miedo de perder la cómoda situación social que había conseguido desde que empecé a trabajar a tiempo parcial en el ministerio. También tenía miedo de quedarme sin los recursos y el poder necesarios para llevar algo a cabo y de ser guiado por mi orgullo y ambiciones. Necesitaba que Dios me guiase para poder darle un sentido a todo. En julio del 2015, durante la Asamblea Mundial de IFES en Oaxtepec, México, Dios me respondió de una manera poderosa, así como también durante mi estancia en Atlanta, Georgia. Las exposiciones bíblicas, en especial las de Munther Isaac sobre Daniel 3, y mi propio peregrinaje siguiendo los pasos de Martin Luther King Jr. abrieron mis ojos al bendecido valor del sufrimiento útil y la necesidad apremiante de alinear mi vida con mi fe. Mi credo es:
«Si tengo que morir, que sea por una buena causa; y la única buena causa es el Evangelio», y lo recuperé integrando el impacto social del Evangelio de Cristo
(véase el Pacto de Lausana y el Compromiso de Ciudad del Cabo). Así, volví a casa y me involucré en la sociedad civil.
Como cristianos, ¿cómo entendemos el sufrimiento y la persecución?
Para los cristianos, lo que nos cuesta más es pasar de las grandes declaraciones a su implementación práctica y completa. Cuando nos damos cuenta de que la puesta en práctica de las decisiones que tomamos cuando estamos en contacto con la verdad no se llevará a cabo sin sufrimiento, nos sentimos muy aprensivos. Es cierto que una de las ventajas del temor es que nos obliga a personas con un temperamento optimista como yo a sentarnos y evaluar el coste de la torre que deseamos construir. Sin embargo, también tiene la desventaja de paralizar acciones valientes.
A continuación podemos encontrar algunas maneras de entender la persecución y el sufrimiento:
El heroísmo de los necios: Este planteamiento consiste en subestimar la amenaza vinculada a nuestro compromiso con la justicia. Las iglesias están llenas de estos héroes ridículos. Yo mismo era miembro de este club de los supuestos hombres extraordinarios, pero aprendí que tengo que sufrir en mi cuerpo y en mi alma a causa de mi fe. Si mi vida se vuelve demasiado pacífica, es señal de que necesito examinarla para asegurarme de que no he cedido accidentalmente ante el enemigo o he creado una zona de comodidad.[2] Sin embargo, no debo buscar el sufrimiento porque sí. Mi sufrimiento debe proceder de una persecución justa, no por masoquismo religioso. A menudo, me he preguntado por qué Jesús se escondió cuando los judíos intentaron arrojarle piedras en Nazaret si se había hecho hombre con el fin de morir de una manera indigna, pero ese no era el momento o el lugar para morir.
La espiritualización de los cobardes: Este es el comportamiento de aquellos que eligen no obedecer por miedo a sufrir. En vez de asumir la responsabilidad, culpan a aquellos que se atreven a obedecer mediante una interpretación interesada de las Escrituras. He sufrido mucho a causa de este tipo de personas, de las que esperaba, en cambio, apoyo y oraciones de intercesión. Entre ellos había quienes ponían intereses mundanos por encima de Cristo, los que nos condenaban, los que se resignaban a no hacer nada y los teorizantes. El primer grupo está formado por personas como el pastor de uno de nuestros estudiantes que fue arrestado y torturado por la milicia del régimen. Al cabo de un tiempo, el pastor, que es originario de la misma provincia que el jefe de estado de Gabón, tomó medidas disciplinarias contra el estudiante. Otro pastor enseñó a sus miembros que toda autoridad viene de Dios, sin importar de qué forma se haya obtenido, por lo que cualquier revuelta es un acto de desobediencia hacia Dios. De hecho, estas enseñanzas están íntimamente ligadas al régimen y nadie intenta ocultarlo.
Dentro del grupo que nos condenó hay cristianos que nos echaron la culpa a mí y a otro hermano. Estos consideran que la misión de la Iglesia está limitada a la salvación de las almas y a la oración y nos acusaron claramente de ser apóstatas, heréticos y de tergiversar el significado de las Escrituras según nuestros intereses. El grupo que se resignó a no hacer nada nos instó a aceptar la decisión de Dios: «Estuvimos orando y Dios ha respondido dejándolo en su posición de poder» dicen, y añaden: «De todas maneras, la Biblia dice que los malvados gobernarán hasta el arrebatamiento». En cuanto a los teorizantes, me sorprendió escuchar a algunos compañeros animándome a encerrarme en casa, a pesar de tener todas las enseñanzas que recibimos en Oaxtepec frescas en la memoria. Me sorprendió escucharles diciendo que el riesgo era demasiado elevado, así que pregunté a uno de ellos: «¿A quiénes van dirigidas nuestras enseñanzas?». Lo que escuché también lo compartí con mis estudiantes, por lo que, cuando llegó la oportunidad, no podía ser un mero teorizante de justicia y equidad.
La negación de los no creyentes: Esta categoría de cristianos piensa que pueden eliminarlo todo mediante mantras. Cuando planteamos temas sociales y morales de la actualidad, ellos simplemente recitaban «nulo y sin valor», «eso nunca va a ocurrir, ¡en-el-nombre-de Jesús!», «¡yo declaro!», «¡yo rechazo!» y así sucesivamente. Antes de la crisis, organizaron múltiples vigilias de oración que duraban toda la noche en las que se compartían profecías panglossianas que no creaban más que desorden. Negar el sufrimiento que existe en el camino hacia la cruz no lo hace desaparecer, al contrario, nos hace descarriar. Para poder viajar desde Egipto a Canaán, debemos tomar el camino del desierto. No importa cuánto deseemos que Dios hubiese creado un puente aéreo en la antigüedad, sus caminos no se ajustan al progreso técnico y tecnológico en el ámbito del transporte.
La necedad de los creyentes: En el mundo actual, obedecer a Dios es de necios. En el mejor de los casos, puede que se nos considere retrógrados o seamos infamados; en el peor de ellos, seremos asesinados en cuestión de horas. Sin embargo, no deberíamos temer a los que solo pueden matar el cuerpo, sino a aquel que tiene poder sobre cuerpo y alma, pues solo él también tiene el poder de garantizar vida eterna. Además, ¿por qué deberíamos tener miedo de perder este cuerpo corruptible si no hay duda de que seremos levantados de nuevo con cuerpos incorruptibles? Creemos en la liberación divina en esta vida sin convertirla en condición para nuestra obediencia, ya que,
si Dios no nos libera, sin duda preferiremos morir a causa de la obediencia que vivir mediante la traición.
Puede parecer necio, pero este es el precio que tenemos que pagar por nuestras vidas si queremos encontrar su sentido. Es muy probable que los apóstoles, Esteban, Martin Luther King Jr. y los estudiantes de Garissa hubiesen oído palabras parecidas. Una noche, leí estas palabras a través de las lágrimas de mi esposa mientras la ciudad estaba bajo asedio. Había salido con unos amigos a comprar algunos enseres para nosotros y para las personas que habían sido arrestadas y a las que queríamos ayudar. Se trataba de una operación muy arriesgada, ya que la milicia disparaba sin avisar. Cuando volví a nuestra habitación, mi esposa me dijo: «Me siento inútil. Me gustaría estar más involucrada porque sé que esto es lo que Dios quiere que haga». Este tipo de palabras es lo que me sustentó desde Oaxtepec hasta que el tribunal constitucional confirmó la victoria de Ali Bongo en las elecciones presidenciales de agosto de 2016. Desde entonces, estas palabras se van desvaneciendo, llevadas por el temor que me paraliza cada día más y por el desánimo.
Sin embargo, gracias a Dios: «El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas» (Salmo 126:6, NVI). Gracias a Dios: “Aunque digo: «Me encuentro muy afligido», sigo creyendo en Dios” (Salmo 116:6, NVI). Por lo que me esfuerzo a decirle a mi alma una y otra vez: «¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!» (Salmo 43:5). Hoy en día no confío en lo que oigo o veo, pues estoy seguro de que existe un ejército mucho más poderoso en las montañas. Estoy seguro de que ocurrirá un milagro, aunque es posible que tarde; y aunque Dios no me considera digno de ver el cumplimiento de este milagro, el honor de morir, si es necesario, por causa de la justicia es un privilegio mucho más grande que ser testimonio del fruto de mi compromiso.
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Obras citadas
- «El compromiso de Ciudad del Cabo». El Movimiento de Lausana, 25 de enero de 2011.
- «El Pacto de Lausana», 1 de agosto de 2974.
Notas al pie
[1]Nota del editor: La palabra griega empleada aquí es dikaiosunē, que generalmente se traduce por justicia.
[2] Esta frase está tomada de George Verwer, Sal de tu zona de comodidad (Miami, Editorial Unilit, 2013).