Nos convertimos en soñadores:
imágenes de la vida de una estudiante universitaria
Traducido por Laia Martinez
“¿Para qué sirve la universidad?” Donde vivo, la gente no suele hacer esta pregunta. Si lo hacen, la respuesta es práctica. Tener estudios universitarios es el camino para conseguir un trabajo bien remunerado y, por tanto, una vida cómoda, una buena vida. Sin embargo, en mi fuero interno albergo un pensamiento que no desaparece: “Sin duda, hay algo más!”.
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Tomo asiento en la que es mi primera clase de filosofía. La sala es grande y, sorprendentemente, está llena. Este módulo tiene éxito porque el examen es en formato de opción múltiple, lo que es prácticamente insólito. La mayoría de los estudiantes lo eligen para cumplir los requisitos de la universidad. Yo, en cambio, lo hago porque me interesa. Me distraigo un poco cuando el profesor empieza a hablar del concepto de la metafísica. Miro a mi alrededor y la mayoría está mirando sus dispositivos. Es una pena, porque el profesor es muy inteligente y la clase, bastante interesante. Entonces, dice algo que no solo moldeará mi filosofía, sino también mi teología durante mucho tiempo. “¡Utiliza tu mente! No pares de hacer preguntas difíciles, busca la verdad, y así, podrás llegar a un punto en que te darás cuenta de que hay misterios en este mundo. Entonces, te quedas sentado, en silencio y maravillado”.
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“He oído que quieres servir en el grupo de estudiantes cristianos… ¿Por qué? ¿Qué ves en la universidad?” Una estudiante mayor que yo se sienta conmigo para tomar un café y empieza a hablar así. Confieso que me coge un poco desprevenida. Fijo mis ojos en la distancia y examino mi mente. Exploro cómo me siento y analizo mis pensamientos.
La miro a ella.
“El potencial”.
Ella arquea las cejas.
“El potencial de moldear corazones y de moldear los pensamientos. Este potencial me entusiasma”.
En aquel momento no lo sabía, pero estaría sirviendo a estudiantes universitarios durante los ocho años siguientes.
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“Odio la biblioteca” le comento a mi amigo mientras entramos en aquel lugar lleno de gente y de un silencio antinatural.
“¿Por qué? Pensaba que te gustaban los lugares tranquilos y el olor a libros”.
“Es forzado; opresivo”. Respondo de mal humor.
Avanzamos hacia las mesas de estudio, donde vemos algunos amigos nuestros. Paso por delante de estantes y estantes de libros que siempre había ignorado. De reojo, veo un título que me llama la atención. Lo ignoro y me siento al lado de la ventana. Con un aire sombrío, miro a los estudiantes que corren de un lado a otro para ir a clase o a otras actividades. Quizás es la luz o, a lo mejor, el momento del día pero, a lo Proust, me transporto de nuevo a mi escuela secundaria.
Era después de clase. Estaba con unos amigos cuando un profesor, el Sr. H., se nos acercó y nos preguntó si estábamos preparados para la universidad. Me encogí de hombros y murmuré algo asi como que no tenía grandes expectativas. Fijó su mirada en la distancia y, alegremente, dijo: “¡Yo nunca fui a ninguna de mis clases! Me pasé todo el tiempo en la biblioteca. Quería leer todo lo que pudiera sobre lo que fuera, especialmente todo aquello que no formaba parte de mi especialidad”. Bajó la voz y dijo: “Intentad bajaros todos los artículos de revistas en línea que podáis. Jamás volveréis a tener un acceso tan fácil a ellos”.
Me levanto y me dirijo a aquel título que me había llamado la atención. Leo: Entre declaraciones y sueños: El arte del sudeste asiático.
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Soy introvertida. Me gusta asistir a clase yo sola. Había un chico que parecía querer seguirme a todas partes. En otras circunstancias, me habría dado miedo, pero era encantador, generoso y amable y lo conocía del grupo cristiano de la universidad. Me inundaba de preguntas. ¿Qué hora has elegido para la tutoría? ¿Por qué vas sola a las clases? ¿Quieres que hagamos juntos la tarea sobre Platón? ¿Has leído al filósofo Martin Buber? A mí me gusta mucho Heidegger. ¿Qué piensas de la ética confuciana?
Empecé a entender que, en el mundo, hay personas que son diferentes a mí y empecé a disfrutar de la compañía de toda clase de personas. Este amigo me enseñó a leer siempre a las personas de la forma más caritativa posible. A menudo, yo añadía con tono pícaro que lo haría después de derribar su argumento más fuerte. Este amigo también me enseñó que todos estamos rotos, pero que hay poder en el amor hacia alguien que sufre. Es un poder que transforma y renueva. Cuando me enfrenté a mi propio quebrantamiento, fue al observar su vida que encontré una fe renovada en un Dios que hace de nosotros algo maravilloso. El pan fue partido y después fue multiplicado y sirvió de alimento. El frasco de alabastro fue quebrantado para que su aroma y belleza inundaran la estancia. Cristo mismo fue quebrantado, ¡para que nosotros viéramos! Dios hace todas las cosas nuevas.
PD: Me casé con él.
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Está oscuro y estoy a punto de salir de la cafetería, que está vacía, para irme a casa cuando veo a una amiga. Los últimos clientes se han ido hace rato, pero ella està sentada acabando su trabajo. Me dirijo hacia ella y me siento a su lado. Hablamos de cosas superficiales hasta que nuestra conversación empieza a tomar un carácter más profundo.
“No se trata de pornografía, pero creo que es igual de malo. Tengo problemas con la literatura erótica, y no ayuda el hecho de que, a veces, tengo que estudiarla para una asignatura. ¿Puede Cristo redimir esto? ¿O, incluso, la literatura como campo? No lo sé. Es difícil, y quizás no sé demasiada teología”.
“Quizás. Nuestra teología se estancó en la escuela dominical. En cambio, nuestros estudios han avanzado hasta llegar a la universidad. No sé por qué no avanza como los estudios”.
Nos quedamos en silencio durante un rato.
“¿Podrías orar por mí? Estoy tan avergonzada que siento que no puedo acudir a Dios”.
“¿Puedo cantar?”.
“Claro”.
La noche es cada vez más pesada, y nos pasamos el resto de la noche en una cafetería vacía, cantando luz.
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“¡Ve a por ello!”. Me sorprendió un poco. Yo era joven y mujer y, por alguna razón, realmente no creía que este comité me iba a tomar en serio. Sin embargo, el presidente me estaba animando a hacerlo.
“Eres una soñadora, ¡Así que ve e inténtalo!”
Fue entonces cuando descubrí que la universidad era un lugar donde podía probar mis ideas para cambiar el mundo. Como un cajón de arena, por así decirlo. Porque, en la universidad, todavía pensamos que podemos cambiar el mundo, de la misma forma que los niños creen en la magia. Lo que lo hace aún más mágico es que ¡también creemos que podemos hacerlo!
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Llegaba quince minutos tarde. Caminé rápidamente hacia la cafetería donde habíamos quedado. Me paré unos instantes para hacer una pequeña oración. Ya había pospuesto nuestro encuentro dos veces y, cada vez, un sentimiento de culpa y de desesperación resignada daba paso a una ansiedad creciente ante la perspectiva de encontrarme con ella. Yo no había dicho nada. Sin embargo, como la gracia, era ella la que se había acercado primero. Sus preguntas eran amables y reconfortantes y mi ansiedad se disipaba al encontrarse con su compasión. Sentía que podía decirle que prefería que no nos reuniéramos ese día. Sin embargo, hoy era el día. Tenía el coraje suficiente como para enfrentarme al mundo. Bueno, en este caso, para quedar con una amiga.
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Estamos sentados, en silencio, alrededor de una mesa con nuestro profesor y tutor. Mi profesor se levanta al ver aparecer a la madre. “Sra. T, siento muchísimo su pérdida”. Mientras hablan en un tono muy bajo, yo me siento algo apagada. La semana pasada habíamos almorzado juntos y parecía que se encontraba bien. Era surreal estar, ahora, en su funeral. Su hermana se acerca y le damos nuestro pésame. Nadie lo vio venir. Era bastante reservado. ¿Qué lo provocó? Nadie lo sabe realmente. Mi profesor nos recuerda todos los servicios de terapia que están disponibles en la universidad. Un compañero de clase dice que se había sentido muy mal por haber fallado a su grupo en un videojuego al que jugaba. Discretamente, lo busco en Facebook y entro en su perfil. Quizás había sido demasiado.
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Envié un mensaje: “Hola R, ¿puedo pasar la noche en tu habitación? Es una larga historia». Hice la maleta y me fui de casa, en silencio y enfadada. Jamás había hecho algo así, pero esa noche estaba realmente enfadada. En retrospectiva, pienso que quizás la parte de mi cerebro que regula el auto-control y las emociones todavía no se había formado por completo pero, en aquel momento de ira, la única opción válida para mí fue irme. Caminé hacia la universidad y me dirigí al dormitorio de mi amiga, ya un poco más tranquila. Conocía los hechos, pero ello no me ayudaba a regular mis emociones. Sabía que estaba pasando por una etapa en la que estaba descubriendo quién era yo respecto a mis padres y mi familia de origen, pero nadie me había dicho que los desacuerdos serían tan intensos. De hecho, estoy descubriendo quién soy en respuesta a todas estas voces y encuentros tan emocionantes. ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién soy respecto a mi familia? ¿Mi nacionalidad? ¿Mi país? ¿Mi disciplina? Cuando me voy, ¿debería volver? Y, cuando vuelvo, ¿por qué a pesar de haber cambiado y de que ellos hayan cambiado, todo sigue igual y ya no estoy segura de dónde o qué es mi hogar? ¿Oye Dios todo esto? ¿Le interesa? ¿Quién es Dios? ¿Qué creo?
“Hola Esther”. Su voz amable corta mi avalancha de pensamientos. “Tengo que entregar un trabajo esta noche y me quedaré aquí trabajando, pero el baño está al final del pasillo y puedes usar mis cosas”. Asentí y, obedientemente, fui a darme una ducha. Mi mente airada se tranquilizó y, en aquella pequeña habitación, me sentí segura. Segura de poder ser yo misma y de no tener que ser perfecta. Mientras me dormía, recuerdo pensar que los amigos son lugares seguros a los que uno puede acudir. Tengo amigos.
Finalmente aprendería a cómo interactuar de una forma saludable y útil con mi familia y a regular mis emociones. Ellos pueden ser ellos y yo puedo ser yo y, aun así, podemos seguir siendo una familia.
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Cuando acabé la universidad, me sentí muy apenada. Sentada en un aparcamiento y entre sollozos, le dije a Dios y al coche que estaba aparcado delante de mí que esto se parecía a una ruptura muy muy dolorosa. ¿Cómo podía dejar un lugar al que amaba tanto? No puede ser solo el espacio físico, ¿quizás eran las personas? ¿La exploración y el rigor intelectual? ¿La libertad de preguntar y de que te pregunten? La seguridad de saber que no pasa nada si caes o fracasas? Llegar a descubrir que soy amada, que existe gente que ve algo de valor en mí y que tengo un papel que desempeñar en este ancho y extraño mundo. Era esto y mucho más, estoy segura.
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Tenemos miedo. Estamos aterrados de lo que está por venir y lo expresamos haciendo planes y haciendo todo lo que podamos, pero siempre queda una incertidumbre silenciosa, aquel primer rechazo o fracaso. El temor de perder a alguien o algo que amamos. Perder la esperanza en un sueño. Tener miedo de no saber. No tener el control. Tener miedo de que nadie se interese por nosotros y de que cuando finalmente nos levantemos volvamos a caer.
Pero también estamos emocionados. La universidad ofrece un lugar para nuevas aventuras. Nuevas ideas, nuevas personas, nuevas tierras. Nuevas cosmovisiones que nos retan y nos estimulan. Un mundo que no es solo lo que es, sino lo que podría ser. Nos convertimos, por así decirlo, en soñadores.
Al miedo y a los sueños, oímos que se les dice: la Palabra se convierte en carne y vive entre nosotros. Emmanuel. Cristo con nosotros. Además, oímos y tenemos esperanza: Hago nuevas todas las cosas. Qué misterio tan difícil y, a la vez, tan glorioso.
Preguntas para debatir
- ¿Se pregunta la gente que hay a tu alrededor para qué sirve la universidad?
- Los estudiantes de tu universidad (o de una universidad cercana), ¿cuál creen que es el propósito de la universidad?
- ¿Qué aspecto de tu universidad (u hogar o país) necesita escuchar las nuevas de que Cristo fue hecho carne y que está con nosotros?
- ¿Qué aspecto de tu universidad (u hogar o país) necesita escuchar que Dios está haciendo nuevas todas las cosas?
- ¿Qué sueñas que sea la universidad?
Lecturas adicionales
- Why Study? Exploring the Face of God in the Academy. Singapur: FES, 2017.
- Brueggemann, Walter. The Prophetic Imagination. Philadelphia: Fortress Press, 1978.