¿Nos hemos quedado atrás? Justicia y la iglesia después de George Floyd
“En agosto de 2014, la muerte a tiros de Michael Brown, un joven negro desarmado, por un policía blanco en Ferguson, Missouri, llevó la conversación sobre raza, derechos civiles e injusticia sistémica a otro nivel en los Estados Unidos”.
Así empezaba un Análisis Global de Lausana que escribí hace cinco años. En ese artículo señalé cómo respondió (o no respondió) la iglesia estadounidense después de una oleada de asesinatos de hombres y mujeres negros desarmados. He investigado la importancia que tiene la injusticia sistémica para la misión global y he llegado a la conclusión de que como cristianos estamos llamados, de forma individual y corporativa, a llevar a cabo actos de justicia restaurativa. El artículo se publicó unos meses después de que un nacionalista blanco llevara a cabo una masacre en una iglesia negra en Charleston SC. Ese momento lo podría haber aprovechado la iglesia para plantearse de verdad cómo aborda el tema de la raza y la necesidad de justicia en el camino a la reconciliación. En lugar de eso, las divisiones y diferencias raciales se hicieron aún más agudas.
En 2020 hubo otra serie de asesinatos prominentes. De nuevo podíamos sentir que la pesadilla era muy familiar: otra muerte, otra oleada de noticias en los medios y otra ronda de protestas. Leyendo otra vez el artículo de Lausana, uno tiende a pensar que no han cambiado mucho las cosas, que solo estamos dando vueltas en círculo, soportando repetidamente atrocidades, protestas, atención e inacción.
Un momento como este
El asesinato de George Floyd por parte del agente de policía Derek Chauvin en mayo de 2020 desencadenó la furia y sacó a relucir el dolor colectivo y las presiones de la vida de las personas negras en los Estados Unidos. La noticia de su muerte venía después de otras dos historias que tuvieron eco nacional: los horrorosos asesinatos de Breonna Taylor y Ahmaud Arberry. El mundo fue testigo de enormes manifestaciones, principalmente de adultos jóvenes, en los cincuenta estados, en grandes ciudades, suburbios y comunidades rurales.
Las protestas en medio de la pandemia de la COVID-19 fueron notables por dos razones. En primer lugar, el hecho de que los manifestantes estuvieran dispuestos a arriesgarse a contagiarse de la COVID-19 e infectar a otros demuestra que existe una gran necesidad de plantarle cara a la injusticia racial. En segundo lugar, la pandemia sacó a relucir aún más el impacto de la injusticia sistémica que afecta a las personas negras y marrones: un gran número de condiciones médicas preexistentes y la falta de acceso a los servicios de salud, ambas cosas relacionadas con el racismo y la pobreza, junto con una representación mayor en puestos de “trabajadores esenciales”, que conllevaban un riesgo mayor de infección y muerte por COVID-19.
El impacto acumulativo de estos asesinatos, junto con un número desproporcionado de muertes de personas negras y marrones por COVID-19, nos llevó a mí y a muchas otras personas negras a ir más allá de los sentimientos habituales fatiga racial y entrar en un nuevo espacio de trauma racial. Al mismo tiempo, nuevos segmentos de la población americana abrieron los ojos y se dieron cuenta de las realidades de la injusticia sistémica y la supremacía blanca. Al hacerse viral el asesinato de George Floyd, millones de personas se quedaron clavadas a sus pantallas, horrorizadas por los 8 minutos y 46 segundos durante los cuales el agente Chauvin le puso la rodilla en el cuello a George Floyd.
La respuesta internacional al vídeo de Floyd reflejó lo que estaba ocurriendo en las calles de Minneapolis y en otras ciudades de Estados Unidos. Personas de todo el mundo, que ya estaban conectadas de una forma singular por la batalla contra la COVID-19, se unieron reafirmando el valor y la dignidad de las vidas de los negros, exigiendo una reforma policial y justicia para George Floyd, Ahmaud Arberry y Breonna Taylor. Salieron a la calle cientos de personas en medio de una pandemia global, arriesgando literalmente la vida, a manifestarse en contra de unos acontecimientos que estaban ocurriendo en otro país.
Históricamente los Estados Unidos han participado denunciando las injusticias de otros países y defendiendo los derechos humanos de aquellos que viven en condiciones de opresión. En ese momento se volvieron las tornas. Los Estados Unidos estaban siendo desafiados a estar a la altura de sus ideales de vida, libertad y justicia para todos. Ni un individuo ni un grupo solo podría haber organizado ni preparado de antemano tales manifestaciones globales. Eran un símbolo poderoso de solidaridad que declaraba que era hora de que cambiaran las cosas.
A diferencia de otros asesinatos que tuvieron eco nacional, la muerte de George Floyd ha provocado una reforma policial en ciudades y estados de todo el país. En junio de 2020, al menos 23 ciudades prohibieron parcial o completamente el uso de enganches de sofocación y retenciones por el cuello por parte de la policía.1 También ha habido otras reformas policiales, como el deber de intervenir si un compañero está ejerciendo demasiada fuerza, reducción de fondos para la policía y reasignación de estos a programas para jóvenes u otros servicios para la comunidad, más transparencia y una mejor formación y educación.
Ha surgido de nuevo una generación en la sociedad americana que está harta de la injusticia racial. Las diversas manifestaciones a lo largo de 2020 han hecho a todos más conscientes de las diferencias raciales que existen en la sociedad americana desde hace mucho tiempo. El gobierno, las corporaciones, universidades y otras instituciones públicas han respondido asignando fondos, creando políticas y desarrollando iniciativas económicas para hacer frente a las injusticias raciales. La iglesia fundamentalmente ha interpretado estos acontecimientos desde un punto de vista político y cultural y no ha reconocido la trascendencia espiritual de la injusticia sistémica, ni ha ofrecido respuestas bíblicas. En el mejor de los casos, la iglesia ha seguido su típico patrón de respuestas de lamento, disculpa y arrepentimiento simbólico, pero se ha quedado atrás. Sus divisiones raciales han aumentado.
Reconciliación, agotamiento y liberación
Antes de 2015, la reconciliación racial era un tema destacado en los congresos evangélicos. Congregaciones multirraciales, especialmente las megaiglesias, estaban empezando a ver más asistentes negros en su congregación. “En 2012, según un informe del National Congregation Study (Estudio Nacional de Congregaciones), más de dos tercios de las personas que asistían a iglesias mayoritariamente blancas estaban alabando a Dios junto a asistentes negros. Esto representa un aumento considerable desde que se llevó a cabo una encuesta similar en 1998. Esto ocurría más en iglesias evangélicas que en iglesias protestantes tradicionales y más en iglesias grandes que en iglesias pequeñas”.2
Durante los últimos años, en el evangelicalismo americano, la reconciliación racial se ha convertido en algo poco habitual. La presidencia de Trump acrecentó la división racial y el nacionalismo blanco. Muchos cristianos negros en espacios evangélicos blancos se sintieron traicionados cuando un 81% de votantes evangélicos blancos apoyaron a Trump en 2016 y esto provocó que muchísimas personas negras se marcharan de los ministerios evangélicos blancos. Michael Emerson, uno de los coautores del libro Divided by Faith [Divididos por la fe], señaló: “Las elecciones por sí mismas fueron el acontecimiento más dañino para el movimiento de reconciliación entero en 30 años”.3
Las elecciones fueron una de las expresiones más visibles de las profundas diferencias que existen a la hora de entenderse los cristianos blancos y negros en temas de raza. Una investigación que se ha llevado a cabo en los últimos años ha sacado a relucir la falta de conexión entre los cristianos blancos y negros en cuanto a raza en los Estados Unidos. El Public Religion Research Institute (PRRI – Instituto de Investigación en Religión Pública) examinó en 2018 las perspectivas de los cristianos blancos (incluyendo evangélicos, protestantes tradicionales y católicos) comparados con los blancos que no se consideran religiosos. Estas tendencias persisten generalmente incluso después de las manifestaciones recientes para la justicia social.4 El estudio reveló que:
- Las personas cristianas blancas tienden más a negar la existencia del racismo estructural que las personas blancas que no son religiosas.
- La probabilidad de que los cristianos blancos digan que los asesinatos de hombres negros por parte de la policía son problemas aislados y no un patrón de conducta de cómo la policía trata a los afroamericanos es dos veces mayor que entre personas no religiosas.
- La probabilidad de que los cristianos blancos digan que los monumentos a los soldados confederados son símbolos de orgullo sureño antes que símbolos de racismo es aproximadamente un 30% mayor.
- La probabilidad de que los cristianos blancos estén en desacuerdo con la siguiente afirmación es aproximadamente un 20% mayor: “Generaciones de esclavitud y discriminación han creado condiciones que hacen difícil que los negros puedan salir de la clase más baja”.
Del mismo modo, a mediados de 2019, Barna llevó a cabo un estudio junto con el Racial Justice and Unity Center (Centro de Justicia y Unidad Racial) de los Estados Unidos, que descubrió “marcados contrastes raciales” en perspectivas entre los cristianos americanos negros y blancos:
- Solo dos de cada cinco cristianos practicantes blancos (38%) creen que EE.UU. tienen un problema de raza. Sin embargo, este porcentaje asciende a más del doble entre los cristianos practicantes negros (78%).
- Tres cuartos de los cristianos practicantes negros (75%) están por lo menos algo de acuerdo con que EE.UU. ha oprimido a las minorías durante su historia, mientras que hay menos probabilidades de que los cristianos practicantes blancos estén de acuerdo (42%).
- Tres de cada cinco cristianos practicantes blancos (61%) adoptan una actitud individualizada ante los temas de raza, afirmando que estos problemas surgen principalmente de las creencias y prejuicios personales que hacen que una persona trate mal a otras razas. Mientras tanto, dos tercios de cristianos practicantes negros (66%) están de acuerdo con que la discriminación racial está históricamente integrada en nuestra sociedad e instituciones.
- Siete de cada diez cristianos practicantes negros (70%) afirman que se sienten motivados a enfrentarse a la injusticia racial. Solo un tercio de cristianos practicantes blancos (35%) afirma lo mismo.
La diferencia entre estas perspectivas pone de relieve por qué existe frustración en contextos multirraciales en los que los cristianos negros quieren que la gente participe más en temas de racismo sistémico, mientras que hay una probabilidad menor de que los líderes y miembros de iglesia blancos reconozcan que hay un problema con la injusticia racial o tengan la motivación para hacerle frente.5 El resultado ha sido discordancia y dolor y esto ha afectado a la comunidad cristiana negra.
El éxodo de los feligreses negros de los ministerios blancos fue descrito en un artículo del New York Times en 2019 como “principalmente silencioso, más por cansancio y dolor que por indignación”. En cuanto a los que se han quedado, los consejeros cristianos han declarado que el hecho de permanecer en iglesias multirraciales los afecta psicológicamente. Otros han hablado de la necesidad de pasar un tiempo con aquellos con los que comparten experiencias, para tener renovación y para que así los miembros negros puedan volver a sus espacios multirraciales revitalizados y preparados para conectar a través de las diferencias raciales.6
En la era pos George Floyd, el enfoque se ha movido del diálogo sobre reconciliación racial y los esfuerzos para unir a congregaciones de diferentes grupos raciales, a la acción que reconoce la injusticia sistémica y aumenta de forma importante la equidad y la inclusión de las personas negras y otras comunidades de color afectadas por el racismo. Para los líderes veteranos que siguen trabajando en el ministerio de la reconciliación, el camino debe empezar conectando con la injusticia racial. Brenda Salter-McNeil, una predicadora afroamericana, autora y profesora que ha enseñado, estudiado y practicado el trabajo de la reconciliación racial durante décadas, escribe:
“Ahora, más que nunca, aquellos a los que les importa la orden de reconciliación de la cruz deben alzar la voz y denunciar la injusticia y deben trabajar para desmantelar las estructuras de esta injusticia y luchar contra el resultado dañino e incluso letal que tiene el legado de desigualdad y discriminación sistémica en este país. La iglesia debe hablar sobre justicia. Yo debo hablar sobre justicia. Ahora es el momento”.7
Del mismo modo, Chris Rice, Director del Comité Central Menonita de la Oficina de la ONU en la ciudad de Nueva York y antiguo Director Cofundador del Duke Divinity School Center for Reconciliation, escribe:
“Al igual que los líderes religiosos cómodos que aparecen en la historia del buen samaritano que contó Jesús, no nos debemos atrever a pasar rápidamente, dejando atrás el cuerpo sin vida de George Floyd al otro lado de la carretera de Jericó. Como escribí en este artículo, no puedes reconciliarte con alguien que tiene el pie en tu cuello. No podemos atrevernos a hablar de reconciliación sin quitar los pies de los cuellos. Hay un tiempo para todo. Siguiendo la temática de Lucas 4 y de Amós, este es el tiempo para derribar las diferencias raciales. Este es el tiempo de la liberación”.8
Credibilidad, coraje y cambio
En el artículo que escribí para Lausana hace cinco años y que mencioné anteriormente, hice la siguiente pregunta: ¿La iglesia abordará la injusticia sistémica en el camino hacia la reconciliación? A pesar del rico lenguaje bíblico que encomienda a la iglesia la comisión de ser un agente y la encarnación de la justicia racial, la dura realidad es que a lo largo de la historia la religión se ha utilizado más para justificar la división y la opresión.
No obstante, el llamado sigue estando ahí. Y dado el papel poderoso que los estudiantes han tenido a menudo para provocar un cambio social tanto en la historia de los Estados Unidos como en la historia global en general, nosotros que trabajamos en un ministerio estudiantil tenemos una responsabilidad en particular. Los estudiantes a quienes ministramos y los estudiantes a quienes esperamos alcanzar tienen un potencial tremendo como agentes de transformación y el mundo necesita eso ahora mismo. Además, lo que aprenden como estudiantes inevitablemente moldeará cómo llevan a cabo su vocación mucho más allá de su tiempo en el campus. Cómo moldeamos su comprensión de la forma en la que aborda el evangelio la equidad, la inclusión y el cuidado de los marginados tendrá un impacto de por vida en las voces que oigan, los problemas que vean y quién inviten a comer a su mesa o a hablar a una conferencia a medida que siguen con su discipulado en su época adulta.
Además, el mundo nos está mirando. Si la iglesia no está dispuesta a indagar de forma profunda y honesta en estas cuestiones tan urgentes, nos arriesgamos a hacernos aún más irrelevantes. Ya hemos perdido muchísima credibilidad. Los jóvenes siguen dejando la iglesia y, en temas de justicia racial, muy pocas personas estás buscando que las dirijan la iglesia o las generaciones más mayores.
Al entrar en el año 2021, en los Estados Unidos no estamos simplemente dando vueltas en el tema de justicia racial. En muchos sectores de la sociedad (gobierno, educación, filantropía, las artes) estamos viendo cómo individuos e instituciones trabajan para entender y abordar una discriminación sistémica que existe desde hace mucho tiempo. El hecho de que la iglesia americana no ha sabido luchar contra una herencia de racismo y las desigualdades que esta conlleva nos hacen daño espiritualmente y destruye nuestra credibilidad como testigos ante una generación de estudiantes que anhela un cambio real.
A medida que nuestra sociedad global sigue enfrentándose a la pandemia de la COVID-19, nosotros, como individuos, familias, instituciones y países, nos estamos viendo forzados a aceptar el cambio. Hemos sobrevivido a la interrupción de la vida tal y como la conocíamos y encontrar nuestra “nueva normalidad” requerirá coraje, innovación, creatividad e inventiva. En InterVarsity/USA anhelamos un avivamiento y le estamos pidiendo a Dios que nos ayude a percibir lo “nuevo” que está ocurriendo en el ministerio estudiantil y con el profesorado. Al mirar al futuro, una de mis mayores fuentes de esperanza es esta generación de jóvenes que ya han demostrado que están dispuestos a hacer frente a la injusticia sistémica, mostrando coraje, resiliencia y un compromiso con el cambio. A medida que desarrollamos discípulos, formamos líderes y plantamos nuevos movimientos estudiantiles, tenemos el privilegio y la oportunidad de invertir en aquellos individuos que construirán nuevos sistemas y estructuras más equitativos y que hacen que los nuestros más antiguos sean irrelevantes.
Notas al pie
1 “Cities and states across the US announce police reform following demands for change”, Karina Zaiets, Janie Haseman y Jennifer Borresen, USA Today, 19 de junio de 2020
2 “A Quiet Exodus: Why Black Worshipers Are Leaving White Evangelical Churches”, Campbell Robertson, New York Times, 9 de marzo de 2018
3 Ibíd.
4 Existe más racismo entre los cristianos blancos que entre personas no religiosas. Esto no es ninguna casualidad. Robert P. Jones, THINK, 27 de julio de 2020
5 Black Practicing Christians are Twice as Likely as Their White Peers to See a Race Problem, Barna Research, Artículos sobre cultura y medios en fe y cristianismo, 17 de junio de 2020
6 The Downside of Integration for Black Christians, Jemar Tisby, The Witness, 21 de agosto de 2017
7 Becoming Brave: Finding The Courage to Pursue Racial Justice Now, Brenda Salter-McNeil, Brazos Press, 2020, pág. 20
8 Racism in America, Post-George Floyd, RECONCILERS with Chris Rice, 4 de agosto de 2020