La migracíon vista a través de la fe: El pueblo de dios, las tierras nacionales y las universidades…

Robert W. Heimburger

Escenas de migrantes

Hoy en día nos llaman la atención las escenas de migrantes:

  • Después de más de cincuenta años de conflicto en Colombia entre las guerrillas, fuerzas del gobierno y organizaciones paramilitares, una gran parte de la población se encuentra desplazada dentro del país. Muchos dejan atrás sus comunidades agrícolas y acaban en zonas urbanas deprimidas, y a menudo se ven forzados a marcharse de nuevo cuando sufren violencia en su nueva comunidad. El gobierno colombiano y las FARC, la principal guerrilla del país, están avanzando mucho en el proceso de paz y si se llega a un acuerdo la nación se enfrentará al reto de trabajar para la paz y el perdón.
  • La oposición a Assad, el presidente de Siria, ha culminado en el levantamiento del Estado Islámico o Daesh. Muchas personas han huido a campos de refugiados y esto ha provocado que crezca la población de los países vecinos como Jordania, Líbano y Turquía. Otros han huido hacia el norte y el oeste para entrar en Europa. En Calais (Francia), muchas personas viven en la “Jungla”, que ofrece un refugio temporal a aquellos que quieren intentar cruzar el canal al Reino Unido ocultándose en un camión o en un ferry. Los ataques violentos ocurridos en París, San Bernardino y Colonia fueron perpetrados por personas que procedían de Oriente Medio y esto ha provocado que muchos europeos y norteamericanos piensen que estos acontecimientos tienen que ver con la huida de refugiados de Siria. Y a causa de esto mucha gente se está oponiendo a recibir refugiados en su país. La gente responde de manera muy diferente a la situación: los hay que están increíblemente abiertos a recibir refugiados, pero otros se muestran extremadamente cerrados. En cuanto a los políticos, la canciller alemana Angela Merkel está al frente de los que ofrecen un recibimiento limitado, mientras que los nacionalistas reclaman el cese de la migración.
  • Filipinas es un país del que llevan saliendo emigrantes desde hace mucho tiempo, tanto personas que emigran permanentemente como personas que regresan a casa cuando se les acaba el contrato temporal. Los filipinos siempre han trabajado en el sector marítimo y hoy en día muchas inmigrantes filipinas trabajan como empleadas domésticas en países como Arabia Saudí, Estados Unidos, Emiratos Árabes Unidos, Canadá y Malasia. Algunas de estas empleadas dejan atrás a sus hijos y envían dinero de vuelta para ayudarlos mientras ellas crían a los hijos de otros. Las empleadas domésticas a menudo carecen de libertad y sufren maltrato y abusos.
  • Hoy en día hay muchos inmigrantes viviendo ilegalmente en los Estados Unidos. Muchos de ellos han viajado desde México y Centroamérica para trabajar y para reunirse con miembros de la familia, o quizás para huir de la pobreza y la violencia, pero se enfrentan a más amenazas durante su viaje. Aquellos que se ocultan entre las sombras sin autorización para vivir en los Estados Unidos legalmente sienten miedo y tienen que andar con cuidado. A menudo no existe una forma de arreglar la situación para los padres cuyos hijos han nacido en los Estados Unidos y se les ha concedido la ciudadanía por haber nacido en el país. En el trabajo, en la iglesia, en el barrio… la disparidad entre aquellos que gozan de residencia legal y aquellos que carecen de ella hace complicada la relación normal entre las personas. La inmigración no autorizada es un punto de división para los políticos electos y el Congreso de los Estados Unidos no ha reformado las leyes desde los noventa.*
  • El régimen autoritario de Eritrea fuerza a sus miembros regularmente a formar parte del servicio militar, sin una fecha de salida definida. Los cristianos que no pertenecen a iglesias oficiales se enfrentan a penas de cárcel. Estos factores, entre otros muchos, han movido a muchas personas a huir a países cercanos como Etiopía o Sudán, o también a Israel. Cuando las opciones a las que se enfrentan los habitantes de Eritrea son la vida en los campamentos de refugiados de Etiopía, maltrato por parte de los criminales organizados de Sudán o falta de reconocimiento legal en Israel, deciden cruzar Libia para llegar a Europa. Eritrea es el segundo país después de Siria que más emigrantes está enviando a través de Europa.*

Estas sólo son algunas de las escenas de migración que existen en nuestro mundo hoy en día. En estos casos hay cristianos entre los que emigran. Otros cristianos son los primeros en dar la bienvenida a los inmigrantes, pero los hay también que están pidiendo orden y se oponen a la inmigración. ¿Cómo deberían responder los cristianos? ¿Cómo se responde al escuchar la Palabra de Dios y ver estas difíciles escenas de migración?

A continuación hay una visión cristiana de la migración basada en Deuteronomio 10 y centrada en un Dios que emigra junto con el pueblo de Dios, un Dios que los ama y que los llama a amar a los migrantes. Además se abordarán dos preguntas: ¿Es legítima la confianza de las naciones a la hora de gobernar la migración y tienen las naciones un lugar en la historia de la salvación? Y ¿podrían identificar los cristianos oportunidades únicas en la universidad como comunidad de migrantes? Cada una de las secciones se centrará en un pasaje bíblico o momento de la historia y aportará un punto de vista sobre el tema, no una explicación exhaustiva. No se tratarán aquí otras cuestiones como la actitud de las sociedades que reciben migrantes o de las responsabilidades de los migrantes.

Un dios migrante, un pueblo migrante y el amor hacia los migrantes

Cuando nos hacemos preguntas sobre la migración, muchos de nosotros tomamos como punto de referencia nuestra nación o nuestra economía, pero cuando las Sagradas Escrituras hablan de la migración no empiezan con historias sobre nuestra nación ni sobre nuestra economía. Los principales pasajes sobre la migración comienzan con una historia sobre Dios y el amor de Dios por las personas. Tomemos como ejemplo Deuteronomio 10:12–22. Este pasaje trata sobre restituir y reorientar a sus oyentes ante Dios como pueblo al que ama, con estas palabras de Moisés:

Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios? Simplemente que le temas y andes en todos sus caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma, y que cumplas los mandamientos y los preceptos que hoy te manda cumplir, para que te vaya bien. Al Señor tu Dios le pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Sin embargo, él se encariñó con tus antepasados y los amó; y a ti, que eres su descendencia, te eligió de entre todos los pueblos, como lo vemos hoy. Por eso, despójate de lo pagano que hay en tu corazón, y ya no seas terco. Porque el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y terrible, que no actúa con parcialidad ni acepta sobornos. Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar amor por los extranjeros, porque también tú fuiste extranjero en Egipto. Teme al Señor tu Dios y sírvele. Aférrate a él y jura sólo por su nombre. Él es el motivo de tu alabanza; él es tu Dios, el que hizo en tu favor las grandes y maravillosas hazañas que tú mismo presenciaste. Setenta eran los antepasados tuyos que bajaron a Egipto, y ahora el Señor tu Dios te ha hecho un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo.

Un dios migrante que ama a los migrantes

En el libro de Deuteronomio, cuando el pueblo de Dios llega al río Jordán y divisa la tierra que Dios les va a dar después de estar vagando por desierto durante años, Moisés les recuerda lo que ha estado ocurriendo desde el que Señor sacó a sus padres de Egipto. En su primer discurso les dice que durante el viaje a la tierra que el Señor su Dios les está entregando, “…ustedes han visto cómo el Señor su Dios los ha guiado, como lo hace un padre con su hijo” (1:31). A pesar de que no confiaban en Dios, Moisés dijo: “el Señor su Dios…se adelantaba a ustedes para buscarles dónde acampar. De noche lo hacía con fuego, para que vieran el camino a seguir, y de día los acompañaba con una nube” (1:32–33). Este Dios migraba con el pueblo, lo sostenía por camino e iba por delante de él para mostrarle el camino.

En el segundo discurso de Moisés en Deuteronomio, el pueblo de Dios escucha unas afirmaciones increíbles acerca de Dios, de cómo Dios ama y de cómo Dios quiere que su pueblo ame: “Al Señor tu Dios le pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Sin embargo, él se encariñó con tus antepasados y los amó; y a ti, que eres su descendencia, te eligió de entre todos los pueblos, como lo vemos hoy” (10:14–15). Escuchan que todo le pertenece a Dios: todos los cielos y toda la tierra, todo lo que Dios ha creado. Y a pesar de que todo le pertenece, Dios siente un afecto y un cariño especial por ellos. De todos los pueblos de la tierra, Dios escogió a Israel.* Los lectores cristianos escucharán un mensaje dirigido directamente a ellos: Dios les escogió a ustedes: la iglesia de Etiopía, la iglesia de las Filipinas, y les muestra su amor.

Pero hay más para el pueblo de Dios:

Porque el Señor tu Dios es Dios de dioses y Señor de señores; él es el gran Dios, poderoso y terrible, que no actúa con parcialidad ni acepta sobornos. Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos (10:17–18).

Dios, Yahvé, está por encima de cualquier otro poder o autoridad. Desde Faraón a la reina Isabel, desde el rey Og de Basán a Vladimir Putin, Dios reina sobre todos. Dios es el gran juez que decide lo que está bien y lo que está mal. Los señores de la tierra tienen que responder ante el Señor.

Cuando esta traducción dice: “Él defiende la causa del huérfano y de la viuda”, el hebreo quiere decir más exactamente: “Él juzga al huérfano y a la viuda”. Puede que nos sorprenda escuchar que Dios juzga al huérfano y a la viuda, pero aquí el sentido de juzgar es otro. Se refiere al regalo de un juicio justo y adecuado que protege a los vulnerables para que no sean oprimidos por los más poderosos. El Señor hace justicia de forma imparcial y sin sobornos, y se preocupa de juzgar donde hace falta.

Lo que hace Dios con todo este poder como juez es impartir justicia para el huérfano, para la viuda y… ¿para el extranjero? No, el pasaje va más allá: Dios no sólo busca justicia para el extranjero; también ama al extranjero (al gēr en hebreo). Dios se hace amigo del gēr.

¿Quién es el gēr? Es alguien que viene de fuera para vivir en una comunidad. En el Próximo Oriente antiguo, la vida dependía de formar parte de un hogar. Aquellas personas que no formaran parte de un hogar, que no tuvieran padre ni marido ni conexiones familiares, corrían el riesgo de morir. No tendrían cómo conseguir ropa ni comida. El gēr es la persona de fuera vulnerable, ya sea de fuera de Israel o de alguna otra tribu o familia dentro de Israel.* El término gēr se traduce como “extranjero” y aunque “refugiado” también encajaría, el significado de esta palabra es mucho más amplio. Si dejamos a un lado palabras que son arcaicas o denotan desconfianza, la mejor palabra es “migrante”.

Hoy en día, ¿quiénes de los que viven entre nosotros son como el gēr? Quizás tú, lector, seas el que ha migrado. Quizás sea el adolescente que se ha ido de casa en busca de nuevas oportunidades. Quizás sea la familia que huye de un conflicto o de la hambruna. Quizás sea el estudiante internacional que se siente solo y desorientado en la universidad.

En Deuteronomio, el todopoderoso, el mayor gobernante del mundo, está especialmente preocupado por las personas vulnerables que vienen de fuera.

Un puelo migrante que ama a los migrantes

¿Hay alguna conexión entre el amor de Dios por Israel y el amor de Dios por los migrantes? Sí, dice Moisés: “Todos ustedes fueron migrantes en la tierra de Egipto” (10:19, traducción del autor). El pueblo de Dios fue refugiado cuando se trasladó hasta Egipto porque no había comida en Canaán. A causa de esto, las siguientes generaciones fueron esclavizadas y se encontraban atrapadas sin posibilidad de escapar. Pero esta es la clase de personas a las que Dios ha mostrado su amor y las sacó de Egipto, lejos de Faraón y de sus carros, hasta el desierto y ahora hacia una tierra buena.

Esta también es la historia de la iglesia: los migrantes son justamente la clase de personas a las que Dios muestra su amor. En el Nuevo Testamento se refleja claramente en la primera carta de Pedro: Pedro escribe a los “extranjeros elegidos de la diáspora” (1:1) y anima a sus lectores a vivir con reverencia durante su residencia temporal, “su residencia extranjero” (1:17).* De nuevo, sus instrucciones para vivir una vida santa van dirigidas a aquellos a los que se les acaba de empezar a llamar “cristianos” (4:16) siendo “desconocidos visitantes y residentes extranjeros” (2:11).* Aquí Pedro toma exactamente la misma frase que se empleó para Abraham en Génesis y para David en los Salmos y la aplica a las iglesias.*

La situación de Israel en Deuteronomio también se convierte en la situación de las iglesias *: el pueblo de Dios está formado por comunidades que migran. Pedro llama a los que han nacido “de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo” (1:30) residentes extranjeros o inmigrantes que se han establecido (paroikoi) y también extranjeros que visitan (parepidēmoi).* Quizás muchas personas en las iglesias de la época de Pedro ya tenían esta condición de personas que provenían de otro lugar, pero Pedro va más allá. Aquellos que son llamados cristianos comienzan a vivir como migrantes. Como hombres y mujeres que nacen de nuevo, son hechos santos por el Espíritu (1:2, 3) y son apartados como pueblo único, formando una comunidad paralela junto a las comunidades que poblaban Asia Menor.* Aunque se puede interpretar la migración de la iglesia en 1 Pedro como una migración principalmente espiritual, el comentarista John Elliot demuestra que esta interpretación distorsiona el mensaje de 1 Pedro. La existencia de la iglesia es migrante, adorando a un Dios diferente, viviendo de forma diferente y siendo víctima de la desconfianza, el temor y la discriminación por parte de la comunidad que la rodea.* Son un pueblo que experimenta también el sufrimiento de Cristo (4:13).

Pero aun así, en 1 Pedro estos migrantes y extranjeros se convierten en “la casa y la familia de Dios” (4:17) y en la “casa y la familia del Espíritu” (2:5). Aquí la carta incluye un juego de palabras: los migrantes, los paroikoi, aquellos que viven junto a la familia nacional, se convierten en una familia, un oikos; aquellos que vienen de fuera de la familia se convierten en una familia.* Pedro declara que esta casa de Dios, esta comunidad migrante, forma parte de las promesas que se le hizo a Israel:

Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido (2:9–10).

Esta sigue siendo la historia de la iglesia: una nueva comunidad, a menudo compuesta por migrantes, que por su comportamiento característico parece una comunidad migrante. Dios escoge y posee a este pueblo; este se convierte en el palacio y el sacerdocio de Dios y es el grupo étnico, tribu o nación de Dios. Esta afirmación es poderosa: la iglesia es la nación de aquellos que confían en Jesús.

Aquí, 1 Pedro aplica a iglesia lo que se ha dicho del pueblo de Dios en Deuteronomio 10. Este es el pueblo extraño que teme a Dios (10:12), que alaba al Señor y que tiene su reputación y su identidad en el Señor (10:21). Dios les ordena: “Por eso, despójate de lo pagano que hay en tu corazón, y ya no seas terco” (Dt. 10:16). Dios quiere que el corazón de las personas, el centro de su ser, sea apartado para Dios como algo puro y santo.* Dios les exige total lealtad:*

Y ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor tu Dios? Simplemente que le temas y andes en todos sus caminos, que lo ames y le sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma, y que cumplas los mandamientos y los preceptos que hoy te manda cumplir, para que te vaya bien. (10:12–13)

Es posible hacerlo gracias al Dios que sacó a Israel de Egipto (Dt. 5:6), por medio del poder de Dios, quien “nos [a la iglesia] ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo” (1 P. 1:3, 5).

Así que, ¿quién es el pueblo de Dios? Es el pueblo que aprende a amar como Dios. ¿A quién ama el Señor? El Señor ama al migrante, a la persona que viene de lejos a quedarse. El Señor se hace amigo del migrante.

Al pueblo de Dios se le dice que ame al migrante y en el hebreo una orden es lo mismo que una promesa. Deuteronomio 10:19 significa “Todos deben amar a los migrantes” y también significa “Todos amarán a los migrantes”. Recordad que aquí quizás se espera que Dios hable de justicia para el extranjero, pero en lugar de eso va más allá y ordena que se ame al migrante. El libro del pacto en Éxodo prohíbe maltratar y oprimir a los migrantes (22:21, 23:9), pero este pasaje va más allá y ordena y promete amor.* Hay traducciones en inglés, por ejemplo, que dicen “hacerse amigo de” en lugar de “amar” y esto señala que el amor hacia los migrantes es más fácil de lo que uno puede imaginar: vayan y háganse amigos de los migrantes; yo prometo que ustedes serán capaces de hacerse amigos de los migrantes.*

El Señor quiere un pueblo que ama como ama el Señor: amar a aquellos que vienen de fuera y que no tienen ni hogar ni familia. Estas son justamente las personas por las que Dios se preocupa, tanto física como espiritualmente. Gracias a la misericordia de Jesucristo, las personas de todos los pueblos del mundo pueden unirse al nuevo pueblo, al pueblo de Dios. 1 Pedro deja claro que para aquellos que estamos en Cristo, la iglesia es nuestra nación (2:9). Aquellos que forman parte de la nación de Dios oyen la historia de los migrantes de forma diferente: Dios los ha amado tanto que ha llegado a migrar con ellos y, como respuesta a este amor, deben amar ellos a los migrantes.

Esta conexión entre Deuteronomio 10 y 1 Pedro es sólo una combinación de pasajes de muchos que existen en las Escrituras de los que surgirían historias sobre Dios y los migrantes. Se podrían contar diferentes historias: sobre la conquista de Canaán y la destrucción de los extranjeros idólatras o sobre Nehemías y Esdras que abandonaron a las esposas y a los hijos extranjeros. Como ha señalado correctamente la teóloga Susanna Snyder, es posible sacar de las Escrituras diferentes teologías sobre la migración y los cristianos a menudo participan en el odio hacia los extranjeros o les echan la culpa de ciertas cosas. * Pero la historia que se cuenta aquí encaja con la trayectoria del pacto de Dios que se confirma en Jesucristo. En esta trayectoria, Israel va de estar bendecida a ser una bendición para todas las familias de la tierra (Génesis 12:3), a la profecía de que los extranjeros se unirán al Señor para que la casa de Dios sea llamada casa de oración para todos los pueblos (Isaías 56:6–7), a la unidad de los judíos y griegos bautizados en Cristo (Gálatas 3:27–29). Contar lo que dice Deuteronomio sobre un Dios migrante que ama a un pueblo migrante y decirles a las personas que tengan el mismo amor, y hacer realidad esta historia para la iglesia por medio de 1 Pedro encaja con la trayectoria que conduce a una nación de migrantes unidos en Cristo.

Del mismo modo, este tipo de relato no es nuevo: muchos otros autores han sugerido historias relacionadas de bienvenida, hospitalidad y la iglesia migrante. Muchos de estos se mencionan en “Lectura adicional”. De todas formas, teniendo en cuenta lo que está ocurriendo hoy en día en el mundo, el material principal que existe en las Escrituras requiere atención.

¿Qué ocurriría si comenzáramos con la gran historia de quién es Dios y de quién es la nación de Dios en lugar de comenzar con las historias del país en el que vivimos? ¿Qué significado tendría para el pueblo de Dios si dejara que esta historia lo formara como pueblo asentado y migrantes en el Reino Unido o Sudán, en Argentina o en Corea del Sur?

Los migrantes y las tierras nacionales

Cabría la posibilidad de estar de acuerdo con lo expuesto anteriormente pero aun así pensar firmemente que aquellos que inmigran ilegalmente deben ser sacados del país. Una visión podría ser que según el mensaje de Deuteronomio y 1 Pedro, es correcto decir que la iglesia es un pueblo que migra y que quizás sea correcto que las naciones de estos tiempos muestren justicia y amor a los refugiados que vienen legalmente, pero que aquellos que incumplen las leyes para entrar en un país no deben recibir la misma atención, puesto que las naciones son importantes y sus tierras deben ser protegidas.

¿Es esta visión correcta? ¿Le importan a Dios las tierras de una nación y deben estas ser protegidas ante las personas que entran de manera ilegal? ¿O la historia de Dios revelada por medio de Jesucristo limita cómo se legisla sobre inmigración? Nos vamos a centrar en un pasaje para intentar sugerir una respuesta inicial a estas preguntas.

Las oraciones de los Salmos reflejan un aspecto de la condición humana:

Señor, escucha mi oración,
atiende a mi clamor;
no cierres tus oídos a mi llanto.
Ante ti soy un extraño,
un peregrino, como todos mis antepasados (Sal. 39:12).

Los seres humanos son, ante todo, seres humanos ante Dios, criaturas que no pueden reclamar ningún derecho en contra de Dios. Sin embargo, por su amor, Dios escucha a aquellos que le hablan y les permite que entren en su presencia. Son recién llegados a los que se les invita a hablar con Dios.*

Los Salmos dejan claro que los seres humanos son huéspedes en un mundo que ya pertenece a Dios. “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan” (Sal. 24:1). En términos más específicos, a Israel no le pertenecen tierras, las recibe como regalo. En el libro de Deuteronomio, la tierra de Israel no es sólo tierra. Una y otra vez es “la tierra que nos da el Señor nuestro Dios” (1:25, 2:29, 3:20, 4:1, 4:21, etc.). En otros lugares del Pentateuco las limitaciones que se imponen a la venta de tierras incluyen esta declaración: “…la tierra es mía y ustedes no son aquí más que forasteros y huéspedes” (Levítico 25:23b). La tierra pertenece primeramente a Dios, Israel recibe tierra como regalo de un dueño divino y permanece como inquilino en esa tierra.

¿Las otras naciones también reciben tierra de Dios o la experiencia de Israel es única? Encontramos algunas pistas alrededor del viaje de Israel en Deuteronomio, cuando Israel se encuentra con Edom, Moab y Amón, en los capítulos 2 y 3. En su primer discurso Moisés le dice a Israel lo que Dios (Yhwh) tiene que decirles al encontrarse con otra nación:

4 Pronto pasarán ustedes por el territorio de sus hermanos, los descendientes de Esaú, que viven en Seír. Aunque ellos les tienen miedo a ustedes, tengan mucho cuidado. 5 no peleen con ellos, porque no les daré a ustedes ninguna porción de su territorio, ni siquiera el lugar donde ustedes planten el pie. A Esaú le he dado por herencia la región montañosa de Seír. (2:4b-5).

Entonces Moisés enumera los pueblos que vivieron en esos territorios antes de Esaú o Edom: Edom desalojó a los horeos (2:12) y Yhwh destruyó a los hoteos ante Esaú (2:22). Después de encontrarse Israel con los edomitas, se repite dos veces la misma situación al pasar por Moab (2:8b-16) y después por Amón (2:16–25). La historia cambia en los siguientes encuentros con dos naciones más: Hesbón y Basán (2:24–3:7) porque Dios entrega estas tierras a Israel.

El hecho de que en este pasaje se le preste muchísima atención a las tierras de otras naciones aparte de Israel revela varias cosas. El pasaje empieza así: “Pronto pasarán ustedes por el territorio de sus hermanos”. A medida que el pueblo de Dios se dirige hacia la tierra que les va a entregar, pasan por “territorios” o al lado de las “fronteras” de Edom y de otros pueblos. Gargantas de río, un mar, una montaña y varias ciudades marcan los bordes de los territorios en el pasaje de Deuteronomio (2:13–14, 24, 36, 37; 3:8, 9, 10, 16, 17). En una narración paralela del encuentro de Israel con Edom en el libro de Números, Moisés envía mensajeros al rey de Edom para pedir permiso para pasar por su territorio (Nm. 20:16–17, 21). En ambas narraciones queda claro que otras naciones que no son Israel tienen territorios y controlan quién pasa por sus fronteras.*

Veamos otra afirmación de Dios en este pasaje: “No peleen con ellos, porque no les daré a ustedes ninguna porción de su territorio, ni siquiera el lugar donde ustedes planten el pie. A Esaú le he dado por herencia la región montañosa de Seír” (2:5). Dios dice lo mismo sobre las tierras de Moab (2:9) y Amón (2:19). Israel no debe luchar con ellos porque Dios les ha dado tierra para que la posean. La clave aquí está en “herencia” y el verbo hebreo indica tanto posesión como desposesión. Este pasaje en Deuteronomio habla de un pueblo que posee tierra y de otro pueblo que es desposeído de la tierra puesto que es Dios quien la concede. Pisar la tierra y caminar por ella representa posesión.

De forma sorprendente, la forma en la que Dios le regala a Israel la tierra en Deuteronomio se aplica a otras tres naciones. Dios le da a Israel la tierra y todo lo que hay en ella y Dios exige algo de Israel a cambio. Por medio de este tratado o pacto, Israel recibe la tierra como posesión para que prospere y sea saciado.* Pero una vez que se posea la tierra, existe la tentación de olvidar quién la ha regalado, así que Israel debe rendir tributo a Dios de tres maneras: no debe hacer imagen de otros Dios, debe llevar a cabo las prácticas del día de descanso de liberar a esclavos y de dejar que la tierra descanse, y asegurar justicia para aquellos que no ocupan una posición importante en la comunidad.*

¿Hasta qué punto se puede aplicar este modelo a otras naciones? Queda claro que Dios da tierras en posesión y que Dios permite que el pueblo sea desposeído de la tierra. ¿Para poseer la tierra hay que seguir unos requisitos de adoración correcta, guardar el día de reposo o hacer justicia? En otro pasaje de Deuteronomio, Moisés habla con Israel y enfatiza que el Señor no le está dando la tierra porque sean rectos, ni por su justicia, sino por la maldad de las naciones que el Señor está sacando de allí (9:4–5). Parece que Dios sí exige cosas a otras naciones aparte de Israel y les bendice con la posesión de la tierra si practican la justicia y la rectitud, o les maldice y desposee si no lo hacen.

Nos pueden impresionar las rápidas desposesiones que existen en el texto, en el que pueblos enteros mueren en escenarios en los que Dios es el principal actor.* Pero si queremos encontrar alivio ante la rápida y perturbadora destrucción de los pueblos podemos remitirnos a dos momentos en la Biblia. En primer lugar, como instrumento de Dios, el pueblo de Israel también es juzgado cuando no confía en Dios y la generación mayor muere en el desierto (2:14–15). Y en segundo lugar, como hemos mencionado antes, Moisés deja claro que Israel no posee la tierra por su comportamiento intachable, sino por la maldad de las naciones que le precedieron (9:4–5). Lo que queda claro ahora es que Dios no permite que la injusticia continúe eternamente en las tierras que Yhwh concede. Esto demuestra que en el centro de la justicia que Dios requiere en Deuteronomio existe un amor por el gēr que va más allá de la simple justicia: un amor por los migrantes que imita el amor de Dios por su pueblo como migrantes, tal y como se ha explicado anteriormente.

Alrededor de la gran historia del pueblo de Dios, Deuteronomio 2 nos da una pista para responder a las preguntas sobre la integridad nacional: las tierras nacionales sí juegan un papel en los planes divinos, pero de forma cuidadosamente limitada. El Dios revelado a Israel, el Dios de toda la tierra, concede tierras a los pueblos para que puedan disfrutar sus frutos. Estas tierras son tierras para entrar en ellas y poseerlas; tierras sin fronteras. Aun así, Dios espera un don a cambio y en el caso de Israel era que adoraran de forma correcta, guardaran el día de reposo y fueran justos con los vulnerables. Si no cumplían estos preceptos, Dios les quitaría la tierra. El pasaje no lo menciona, pero quizás se aplique algo parecido a Edom, a Moab y a Amón, o incluso a los ejemplos dados anteriormente de Colombia, Alemania, Filipinas, Estados Unidos o Eritrea: Dios da tierras a las naciones pero si no le siguen y no actúan según su justicia, Dios permitirá que otra nación tome esas tierras. En el corazón de la justicia de Dios existe amor por el migrante y quizás se pida lo mismo a las naciones actuales. Si una nación deja a un lado la justicia de Dios, una justicia que significa proteger a los vulnerables y a los inmigrantes, la nación corre el riesgo de perder sus tierras. Pero este es el mismo Dios que escucha la súplica de Moisés para que Dios no castigue a Israel por su rebelión (Dt. 10:10–11, continuando de 9:6–10:6).

El pueblo de Dios tiene un papel en esta situación. Como comunidad migrante, saben algo que no saben aquellos que no adoran a Dios. Al venir ante Él con humildad para recibir abundantes dones en adoración, demuestran que los seres humanos en última instancia no tienen nada que reclamarle a Dios, ni ningún derecho de hacer lo que quieran con la tierra, ni ningún derecho de gobernarla como ellos quieran. El pueblo de Dios tiene la tarea de recordar a las autoridades que toda tierra pertenece a Dios y que es cosa de Él darla y quitarla. Al orar por los líderes y autoridades, tal y como le dice Pablo a Timoteo que haga (1 Ti. 2:1–2), dejan claro que los líderes sirven a un líder más grande, que los presidentes y parlamentos tienen que responder ante Jesucristo como juez.*

¿Deben las naciones tener tanta confianza y seguridad a la hora de oponerse a la inmigración ilegal? Este pasaje sugiere que legislar sobre inmigración es una actividad legítima y dada por Dios en la actualidad, pero la posesión de la tierra es un don de Dios. Si no se mantiene la justicia, si no se comparten los dones abundantes y quizás si la justicia y los dones no se extienden al inmigrante, entonces Dios quizás desposea a esa nación injusta o poco generosa. La confianza que se tiene a la hora de legislar sobre inmigración será incorrecta cuando una autoridad deja de responder ante su dueño divino.

Los migrantes y la universidad

Después de haber hablado sobre las naciones y sus tierras, ¿qué pasa con la universidad? Mientras hombres y mujeres de todas partes viajan para estudiar, ¿cómo deben percibir la universidad los estudiantes y académicos creyentes? Como este documento ha sido redactado para IFES, merece la pena reflexionar acerca de cómo la vida universitaria puede ser moldeada con respecto a la adoración al Dios que da refugio a los inmigrantes.

Todos sabemos que las universidades atraen a estudiantes de dentro de cada país y de fuera. Desde el principio, la universidad ha sido un lugar de reunión, un destino para la migración. En la Universidad de Oxford, la universidad más antigua del mundo angloparlante, más del 60% de más de 10.000 estudiantes graduados procede de otros países, pero esto no es nada nuevo y viene de largo.* Desde finales del siglo XI aproximadamente los estudiantes han estado viajando a Oxford para estudiar con maestros, dejando su hogar para instalarse en un lugar nuevo. Existen documentos de 1238 que dicen que grupos de estudiantes de Escocia, Gales e Irlanda vivían juntos y antes de eso, en 1190, encontramos la primera referencia a un estudiante del continente europeo: Emo, que venía de Frisia a estudiar Derecho.*

De hecho los problemas a los que se enfrentaban los inmigrantes en Oxford fueron lo que provocó la fundación formal de la Universidad de Oxford. En 1209 un estudiante mató a su amante y huyó. Las autoridades locales ahorcaron a dos hombres que vivían con él como cómplices del asesinato. Los maestros protestaron, no porque apoyaran el asesinato, sino porque querían que la universidad siguiera siendo independiente de las autoridades externas. Se llegó a un acuerdo en 1214 y no sólo se garantizó la independencia por medio del nombramiento de un líder con poder para la universidad (un rector adscrito al obispo de Lincoln), sino que también se establecieron otras garantías para asegurar el bienestar de los estudiantes. Estos alumnos inmigrantes alquilaban casas a dueños locales, pero los dueños establecían precios extremadamente altos y como respuesta el pueblo redujo a la mitad los alquileres durante diez años. Al pueblo también se le pedía que aportase un fondo para estudiantes con necesidades económicas.*

Y así una agrupación de escuelas se convirtió en lo que en latín se llamaba universitas. En aquel entonces no significaba lo mismo que ahora, es decir, una institución en la que se estudian diferentes asignaturas; universitas significaba una sociedad o corporación. Era como un tipo de sociedad especial para proteger a los académicos que solían alquilar alojamiento en una ciudad a la que habían emigrado. La fundación de una universidad permitía que las personas dejaran su aldea o pueblo, ciudad o país, para viajar a Oxford donde estudiarían Derecho Romano y Eclesial, Teología, Medicina y Letras.*

Oxford en la Edad Media no era ningún paraíso para estudiantes: era peligroso salir de noche, existía una amenaza real de asesinato y de vez en cuando había peleas en la calle. La universidad estaba dividida en “naciones”: los del norte de Inglaterra por un lado y los del sur de Inglaterra e Irlanda por otro. Estas naciones a veces se peleaban entre sí, y también había conflictos entre los habitantes de la ciudad y los estudiantes (esta última división sigue existiendo a menudo hoy en día).* Había muchos robos, mucha prostitución y gente embriagada.*

Estaba lejos de ser una sociedad multicultural pacífica, pero prometía, y los estudiosos seguían viniendo de todo el mundo. En 1429, el escudo de la universidad declaraba en quién confiaba: Dominus illuminatio mea, “El Señor es mi luz”, de Salmos 27:1.* Este lema, que todavía se utiliza hoy en día, reconoce al Señor como el que ilumina al estudiante, el que enciende una luz en la oscuridad y saca la verdad a la luz.

Las universidades de hoy en día siguen siendo un destino para los viajeros. Incluso las personas que no salen de su país dejan su casa para viajar al centro de la ciudad o a otra parte de la ciudad para estudiar junto a personas de otras partes de la misma. Luego hay otros estudiantes que sí dejan su ciudad, región o país para aprender y recibir formación.

Uno de los grandes méritos de la universidad está unida a su naturaleza como sociedad de migrantes: brinda una oportunidad para escuchar a los demás. A primera vista las letras y humanidades podrían parecer las asignaturas menos útiles de la universidad, pero tienen una función especial. El teólogo Nigel Biggar escribe que nos “ayudan a descubrir otro mundos”. Las humanidades proporcionan a los estudiosos la capacidad de distanciarse de su entorno actual para criticarlo. Los estudiantes encuentran otras formas de hacer las cosas y estos encuentros dan a los estudiantes “recursos que son vitales para la renovación social, cultural y moral”, dice Biggar.

Pero sus funciones van más allá, dice Biggar:

Las letras y las humanidades no sólo nos descubren mundos ajenos, sino que también nos enseñan a tratarlos bien. Nos enseñan a leer textos extraños y difíciles con paciencia y cuidado; a encontrarnos con ideas y prácticas ajenas con humildad, docilidad y caridad; a acercarnos a los mundos ajenos antes de empezar a evaluarlos (que evaluarlos es nuestro deber). Nos entrenan para mantener un diálogo honesto, que respeta al “otro” como profeta potencial, alguien que quizás tenga algo nuevo que aportar sobre lo que es verdadero, bueno y hermoso.*

En la universidad se cultivan ciertas virtudes gracias al encuentro de mundos ajenos, dice Biggar: la humildad ante la verdad, paciencia y caridad. Quizás el encuentro con los mismos extranjeros sea tan importante como el encuentro con mundos ajenos que menciona Biggar. Las universidades moldean a sus miembros por medio de las personas que se encuentran allí. A medida que los estudiantes y profesores van conociendo a personas de otras partes del país y de otros países, tienen la oportunidad de aprender a escuchar y de estar preparados para escuchar la sabiduría de otra persona. También tienen la oportunidad de respetar y amar a otros.

Lo que ocurre en la universidad tiene su paralelismo en la adoración cristiana: los que adoran aprenden a escuchar la Palabra de Dios, a aceptar que la palabra de otra persona es verdadera y da vida. Los adoradores aprenden a considerar a las personas y los textos como portadores del mensaje de Dios. El estudio y la adoración tienen en común una actitud de escuchar a la persona de fuera y de ser cambiada por ella. Y tanto en los estudios como en la adoración, los que participan son una especie de migrantes que migran a un lugar de estudio, migrando a otros mundos por medio de la imaginación o migrando como pueblo santo.

La historia de Dios, por lo tanto, provoca una respuesta renovada hacia los migrantes. La experiencia de los migrantes no es ajena a Dios ni al pueblo de Dios: en las Escrituras los adoradores oyen hablar de un Dios que migra y que reúne a un pueblo de migrantes. El amor de Dios por los migrantes está en lo más alto de su justicia y va más allá, y Dios ordena a su pueblo que ame a los migrantes y les promete que amarán a los migrantes. Alrededor de esta historia surgen respuestas a otras preguntas. Cuando se trata de los inmigrantes que entran sin permiso, la historia de Deuteronomio sugiere que a las naciones se les concede tierra para ser protegida, pero que la tierra sigue siendo de Dios y que debe guardarse con generosidad y justicia, incluso justicia para los migrantes. Cuando se trata de la universidad, es una reunión de migrantes que han venido a estudiar y que tienen la oportunidad de conocer lo ajeno y de ser cambiados por ello.


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Preguntas para debatir

Dios y el pueblo de Dios
Lectura: Deuteronomio 10:12-22; 1 Pedro 1:1-2, 2:4-12
1. ¿Te consideras un migrante? ¿Eres descendiente de migrantes?
2. ¿Conoces a algún migrante personalmente?
3. ¿Cómo hablan las personas de tu entorno sobre los migrantes?
4. ¿Qué influencia tiene en tu perspectiva de la migración el hecho de adorar a un Dios que ama a un pueblo migrante?
5. ¿Qué significa buscar la justicia para los migrantes?
6. ¿Qué significa amar a los migrantes?
7. ¿Tu iglesia local trata de incluir a los migrantes o se relaciona con ellos de alguna forma? ¿Existen oportunidades para que tu iglesia busque la justicia para los migrantes y que ame a los migrantes?

Los migrantes y las tierras nacionales
Lectura: Deuteronomio 2:1-25
1. ¿Piensas que, delante de Dios, las naciones tienen el derecho de legislar sobre inmigración?
2. ¿Cómo pueden los gobernantes demostrar que están sujetos a Cristo como rey a medida que legislan sobre inmigración?

Los migrantes y la universidad
Lecturas: Una breve historia de tu universidad o estadísticas que reflejen el origen de los estudiantes que asisten; Nigel Biggar, “What Are Universities For?,” Standpoint, agosto de 2010
1. ¿De dónde proceden las personas que vienen a estudiar y a trabajar en tu universidad? ¿Vienen de otras partes de la ciudad, de otras regiones o de otros países?
2. ¿Qué oportunidades surgen a medida que te encuentras con personas de diferentes lugares en la universidad?
3. ¿Tu movimiento estudiantil cristiano incluye a personas de otros lugares y de otros países? ¿Cómo podría tu movimiento amar a los que sois migrantes y buscar justicia para ellos?

Lectura adicional

Los siguientes documentos son trabajos sobre la migración escritos para un público general por parte de eruditos de la tradición evangélica. Los autores sacan conclusiones muy variadas:

  • Carroll R., M. Daniel. Christians at the Border: Immigration, the Church, and the Bible. 2ª ed. Grand Rapids, Mich.: Brazos Press, 2013.
  • Hoffmeier, James K. The Immigration Crisis: Immigrants, Aliens, and the Bible. Wheaton, Ill.: Crossway, 2009.
  • Immigration and Justice: How Local Churches Can Change the Debate on Immigration in Britain. Cambridge: Jubilee Centre, 2015.
  • Moucarry, Chawkat. From Exclusion to Embrace: Bible Studies in Interfaith Engagement. World Vision, 2016.
  • National Association of Evangelicals (U.S.A.). “Immigration: A Policy Resolution,” 2009.
  • On the Road: A Journey through the Bible for Migrants. United Bible Societies, 2008. Disponible en muchos idiomas.
  • Park, Nick. Ministry to Migrants and Asylum Seekers: A Guide for Evangelical Churches. Dublín: Alianza Evangélica de Irlanda, 2015.
  • Soerens, Matthew, y Jenny Hwang Yang. Welcoming the Stranger: Justice, Compassion & Truth in the Immigration Debate. Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 2009.
  • Spencer, Nick. Asylum and Immigration: A Christian Perspective on a Polarized Debate. Bletchley, Bucks.: Paternoster, 2004.

Otros trabajos sobre migración y teología, desde la tradición evangélica y otras tradiciones cristianas, ya sean populares o académicas:

  • Ahn, Ilsup. Religious Ethics and Migration: Doing Justice to Undocumented Workers. Nueva York: Routledge, 2014.
  • Azaransky, Sarah, ed. Religion and Politics in America’s Borderlands. Lanham, Md.: Lexington Books, 2013.
  • Bretherton, Luke. Hospitality as Holiness: Christian Witness amid Moral Diversity. Aldershot: Ashgate, 2006.
  • Bretherton, Luke. “National: Christian Cosmopolitanism, Refugees, and the Politics of Proximity.” En Christianity and Contemporary Politics: The Conditions and Possibilities of Faithful Witness, 126–74. Oxford: Wiley-Blackwell, 2010.
  • Burnside, Jonathan P. The Status and Welfare of Immigrants: The Place of the Foreigner in Biblical Law and Its Relevance to Contemporary Society. Cambridge: Jubilee Centre, 2001.
  • Carmona, Victor. “Theologizing Immigration.” En The Wiley Blackwell Companion to Latino/a Theology, editado por Orlando O. Espín, 365–85. Chichester, West Sussex: Wiley Blackwell, 2015.
  • Carroll R., M. Daniel, y Leopoldo A. Sánchez M., editores. Immigrant Neighbours Among Us: Immigration Across Theological Traditions. Eugene, Ore.: Pickwick, 2015.
  • Corbett, Jim. The Sanctuary Church. Wallingford, Pa.: Pendle Hill Publications, 1986.
  • Cruz, Gemma Tulud. An Intercultural Theology of Migration: Pilgrims in the Wilderness. Leiden: Brill, 2010.
  • ———. Toward a Theology of Migration: Social Justice and Religious Experience. Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2014.
  • Cuéllar, Gregory Lee. Voices of Marginality: Exile and Return in Second Isaiah 40-55 and the Mexican Immigrant Experience. 2ª ed. Nueva York: Peter Lang, 2008.
  • Daniel, Ben. Neighbour: Christian Encounters with “Illegal” Immigration. Louisville, Ky.: Westminster John Knox Press, 2010.
  • Edwards, Jr., James R. “A Biblical Perspective on Immigration Policy.” En Debating Immigration, editado por Carol M. Swain, 46–62. Cambridge: Cambridge University Press, 2007.
  • Groody, Daniel G. Border of Death, Valley of Life: An Immigrant Journey of Heart and Spirit. Celebrating Faith. Lanham, Md.: Rowman y Littlefield, 2002.
  • Groody, Daniel G., y Gioacchino Campese, editores. A Promised Land, a Perilous Journey: Theological Perspectives on Migration. Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2008.
  • Hanciles, Jehu. Beyond Christendom: Globalization, African Migration, and the Transformation of the West. Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 2008.
  • Heyer, Kristin E. Kinship Across Borders: A Christian Ethic of Immigration. Washington, D.C.: Georgetown University Press, 2012.
  • Houston, Fleur S. You Shall Love the Stranger as Yourself: The Bible, Refugees and Asylum. Londres: Routledge, 2015.
  • Moucarry, Georges Chawkat. “The Alien According to the Torah.” Traducido por Joye Smith. Themelios 14 (1988): 17–20.
  • Moucarry, Chawkat. “Love the Immigrant as Yourself.” En Faith to Faith: Christianity & Islam in Dialogue, 283–89. Leicester: Inter-Varsity, 2001.
  • También publicado como: The Prophet & the Messiah: An Arab Christian’s Perspective on Islam & Christianity. Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 2002.
  • Myers, Ched y Matthew Colwell. Our God Is Undocumented: Biblical Faith and Immigrant Justice. Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 2012.
  • Nanko-Fernández, Carmen. “Beyond Hospitality: Implications of (Im)migration for Teología y Pastoral de Conjunto.” En Theologizing En Espanglish: Context, Community, and Ministry, 110–19. Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 2010.
  • ———. “Corpus Verum: Toward a Borderland Ecclesiology.” En Building Bridges, Doing Justice: Constructing a Latino/a Ecumenical Theology, editado por Orlando O. Espín, 167–84. Maryknoll, N.Y.: Orbis, 2009.
  • Nguyen, vanThanh y John M. Prior, editores. God’s People on the Move: Biblical and Global Perspectives on Migration and Mission. Eugene, Ore.: Pickwick Publications, 2014.
  • Padilla, Elaine y Peter C. Phan, editores. Contemporary Issues of Migration and Theology. Christianities of the World. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2013.
  • ———. Theology of Migration in the Abrahamic Religions. Christianities of the World. Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2014.
  • Pantoja, Jr., Luis, Sadiri Joy B. Tira, y Enoch Wan. Scattered: The Filipino Global Presence. Manila: Lifechange Publishing, 2004.
  • Pohl, Christine D. Making Room: Recovering Hospitality as a Christian Tradition. Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1999.
  • Pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. “Erga migrantes caritas Christi: La caridad de Cristo hacia los emigrantes,” 2004.
  • Rose, Ananda. Showdown in the Sonoran Desert: Religion, Law, and the Immigration Controversy. Nueva York: Oxford University Press, 2012.
  • Ruiz, Jean-Pierre. Readings from the Edges: The Bible and People on the Move. Maryknoll, N.Y.: Orbis, 2011.
  • Sarat, Leah. Fire in the Canyon: Religion, Migration, and the Mexican Dream. Nueva York: New York University Press, 2013.
  • Snyder, Susanna. Asylum-Seeking, Migration, and Church. Farnham, Surrey: Ashgate, 2012.
  • Spina, Frank Anthony. “Israelites as Gērîm, ‘Sojourners,’ in Social and Historical Context.” En The Word of the Lord Shall Go Forth: Essays in Honour of David Noel Freedman in Celebration of His Sixtieth Birthday, editado por Carol L. Meyers y Michael Patrick O’Connor, 321–35. Winona Lake, Ind.: Eisenbrauns, 1983.
  • De La Torre, Miguel A. Trails of Hope and Terror: Testimonies on Immigration. Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 2009.
  • Wilbanks, Dana W. Re-Creating America: The Ethics of U.S. Immigration and Refugee Policy in a Christian Perspective. Nashville: Abingdon Press, 1996.
  • Woods, Paul. Theologising Migration: Otherness and Liminality in East Asia. Oxford: Regnum Books International, 2015.

Notas al pie

[1]  Leo R. Chavez, Shadowed Lives: Undocumented Immigrants in American Society, 3ª ed. (Belmont, Calif.: Wadsworth, 2012); Jeffrey S. Passel y D’Vera Cohn, “Unauthorized Immigrant Totals Rise in 7 States, Fall in 14” (Washington, D.C.: Pew Hispanic Center, 18 de noviembre de 2014), http://www.pewhispanic.org/2014/11/18/unauthorized-immigrant-totals-rise-in-7-states-fall-in-14/.

[2]  Mogos O. Brhane, “Understanding Why Eritreans Go to Europe,” Forced Migration Review, nº 51 (enero de 2016): 34-35.

[3]  Patrick D. Miller, Deuteronomy, Interpretation, a Bible Commentary for Teaching and Preaching (Louisville: John Knox Press, 1990), 125; J. G. McConville, Deuteronomy, Apollos Old Testament Commentary 5 (Leicester, Inglaterra: Apollos; Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 2002), 199–200.

[4] Frank Anthony Spina sostiene que el término hebreo gēr combina viajar con experiencias de conflicto y temor. Piensa que el término describe a alguien que viene de lejos escapando de un conflicto y que se queda en un sitio donde la persona puede seguir sintiendo miedo. Él traduce el término como «inmigrante», pero puesto que piensa que incluye a personas tanto de dentro como de fuera de la nación de Israel que han dejado su lugar de origen, “migrante” parece ser un término más apropiado, “Israelites as Gērîm, ‘Sojourners,’ in Social and Historical Context,” en The Word of the Lord Shall Go Forth: Essays in Honor of David Noel Freedman in Celebration of His Sixtieth Birthday, ed. Carol L. Meyers y Michael Patrick O’Connor (Winona Lake, Ind.: Eisenbrauns, 1983), 323, 325–27. Mark A. Awabdy concuerda con Spina, Immigrants and Innovative Law: Deuteronomy’s Theological and Social Vision for the Gēr (Tübingen: Mohr Siebeck, 2014), 1–5. Christoph Bultmann ve a los gēr como miembros de una clase de israelitas sin tierra ni familia, Der Fremde im antiken Juda: eine Untersuchung zum sozialen Typenbegriff gēr und seinem Bedeutungswandel in der alttestamentlichen Gesetzgebung (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1992). José E. Ramírez Kidd ve al gēr como alguien que huye del reino de Israel en el norte después de la caída de Samaria en 721 aC, Alterity and Identity in Israel: The gēr in the Old Testament (Berlín: De Gruyter, 1999), 5–6. Christiana van Houten ve al gēr como un no israelita en Deuteronomio y como un converso en las leyes sacerdotales que piensa que surgió tras el exilio de Israel, The Alien in Israelite Law (Sheffield: J.S.O.T. Press, 1991), 106–108, 155–157. Spina argumenta de forma convincente que las historias de los patriarcas como viajeros dentro y alrededor de Canaán e Israel y después de Israel como residentes temporales en Egipto no pueden haber surgido durante el exilio, puesto que sólo un pasaje se refiere al exilio como vivir temporalmente: Esdras 1:4. Tampoco habría razón para que su tiempo en Canaán se describiera como un tiempo de residencia temporal como extranjeros, dice Spina. Al contrario, el testimonio de los patriarcas y más tarde de Israel como viajeros y migrantes refleja el recuerdo de Israel de una experiencia como migrantes que tuvo lugar antes de la estancia en Canaán, demuestra Spina de forma convincente, “Israelites as Gērîm,” 321–22, 329.

[5] Las traducciones de 1 Pedro siguen John H. Elliott, A Home for the Homeless: A Sociological Exegesis of 1 Peter, Its Situation and Strategy (Filadelfia: Fortress Press, 1981), 47; 1 Peter: A New Translation with Introduction and Commentary, Anchor Bible 37B (Nueva York: Doubleday, 2000), 307, 354. Algunos especialistas en textos bíblicos se muestran críticos y cuestionan la autoría de Pedro de esta carta, pero hay razones de peso para pensar que él es el autor.

[6]  Elliott, A Home for the Homeless, 47; 1 Peter, 101, 312.

[7] Génesis 23:4 y Salmos 39:12 en la Septuaginta utilizan la misma frase, Paul J. Achtemeier, 1 Peter: A Commentary on First Peter, Hermeneia (Minneapolis: Fortress Press, 1996), 174.

[8]  Elliott, A Home for the Homeless, 48–49.

[9]  J. N. D. Kelly, A Commentary on the Epistles of Peter and of Jude, Black’s New Testament Commentaries (Londres: Black, 1969), 103; Elliott, 1 Peter, 312, 458–461.

[10]  Elliott, 1 Peter, 101.

[11] Ibíd., 459, 461.

[12]  Elliott, A Home for the Homeless, 25, 194–204.

[13]  Miller, Deuteronomy, 126; McConville, Deuteronomy, 200.

[14]  Miller, Deuteronomy, 125; Moshe Weinfeld, Deuteronomy and the Deuteronomic School (Oxford: Clarendon Press, 1972), 66; Gerhard von Rad, Deuteronomy: A Commentary, trad. Dorothea M. Barton (Londres: S.C.M., 1966), 83.

[15]  Weinfeld, Deuteronomy and the Deuteronomic School, 289.

[16] Dt. 10:19 en la traducción del Tanaj dice: “Ustedes también deben hacerse amigos del extranjero, puesto que fueron extranjeros en la tierra de Egipto”, Adele Berlin, Marc Zvi Brettler, y Michael A. Fishbane, editores, The Jewish Study Bible (Nueva York: Oxford University Press, 2004).

[17]  Susanna Snyder, Asylum-Seeking, Migration, and Church (Farnham, Surrey: Ashgate, 2012), 136–7. Esta idea tiene en cuenta el razonamiento de Snyder, pero va en contra de la opinión del especialista en textos bíblicos Jean-Pierre Ruiz, quien defiende que no existe solo una teología de la migración, sino muchas pequeñas historias sobre migración, Readings from the Edges: The Bible and People on the Move (Maryknoll, N.Y.: Orbis, 2011), 5. Esta teoría defiende que entre las muchas y pequeñas historias sobre la migración hay algunas cuya validez para la historia del pueblo amado de Dios perdura, mientras que otras servían sólo temporalmente o eran meras anécdotas que no aportaban nada al propósito global de la comunidad de pacto.

[18] Chawkat Moucarry trata este tema en “The Alien According to the Torah,” trad. Joye Smith, Themelios 14 (1988): 18, 20.

[19]  Magnus Ottosson, “גְּבוּל geḇûl; גׇּבַל gāḇal; גְּבוּלָה geḇûlâ,” en The Theological Dictionary of the Old Testament, ed. G. Johannes Botterweck y Helmer Ringgren, trad. J. T. Willis, vol. 2 (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1975), 361–66; McConville, Deuteronomy, 77, 79, 83, 84. James K. Hoffmeier es un escritor y teólogo poco común al escribir sobre la migración dándole importancia a los territorios y a las fronteras. Llega a la conclusión de que “las naciones podían controlar sus fronteras y lo hacían, y dictaban quién podía cruzar su tierra”, The Immigration Crisis: Immigrants, Aliens, and the Bible (Wheaton, Ill.: Crossway, 2009), 33. Tiene razón al resaltar este fenómeno, pero no deja mucho lugar a críticas sobre la forma en la que las comunidades políticas gobiernan sus fronteras.

[20] Sobre la tierra que se concede por medio del pacto, ver J. G. McConville, Law and Theology in Deuteronomy, Journal for the Study of the Old Testament Supplement Series 33 (Sheffield: J.S.O.T., 1984), 11–13; Norman C. Habel, The Land Is Mine: Six Biblical Land Ideologies (Minneapolis: Fortress Press, 1995), 44; Norbert Lohfink, “יָרַשׁ yāraš; יְרֵשָׁה yerēšâ; יְרֻשָּׁה yeruššâ; מוֹרָשׁ môrāš; מוֹרָשָׁה môrāšâ,” en The Theological Dictionary of the Old Testament, ed. G. Johannes Botterweck y Helmer Ringgren, trad. David E. Green, vol. 6 (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1990), 385; Walter Brueggemann, The Land: Place as Gift, Promise, and Challenge in Biblical Faith, 2ª ed. (Philadelphia: Fortress Press, 2002), 46, 50; Bruce K. Waltke, An Old Testament Theology: An Exegetical, Canonical, and Thematic Approach (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 2007), 537; Weinfeld, Deuteronomy and the Deuteronomic School, 72.

[21] Este resumen está sacado de Brueggemann, The Land, 58–61.

[22] Para leer más sobre esta cuestión, ver Christian Hofreiter, “Genocide in Deuteronomy and Christian Interpretation” en Interpreting Deuteronomy: Issues and Approaches, ed. David G. Firth y Philip S. Johnston (Nottingham: Apollos, 2012), 240–62; “Reading Herem as Christian Scripture” (Tesis del doctorado en Filosofía, Facultad de Teología y Religión, Universidad de Oxford, 2014).

[23] Para leer más sobre la tarea de la iglesia de recordar o llamar la atención sobre el reino de Dios, ver el Sínodo confesante de la iglesia evangélica de Alemania, la “Declaración Barmen” de mayo de 1934, párrafo 5, http://www.ekd.de/english/barmen_theological_declaration.html.

[24]  “University of Oxford Facts and Figures – Full Version,” consultado el 17 de marzo de 2016, https://www.ox.ac.uk/about/facts-and-figures/full-version-facts-and-figures?wssl=1.

[25] J. I. Catto, “Citizens, Scholars, and Masters,” en The Early Oxford Schools, ed. J. I. Catto, vol. 1, The History of the University of Oxford (Oxford: Oxford University Press, 1984), 175; R. W. Southern, “From Schools to University,” en The Early Oxford Schools, ed. J. I. Catto, vol. 1, The History of the University of Oxford (Oxford: Oxford University Press, 1984), 17–19.

[26] Southern, “From Schools to University,” 26, 30.

[27] M. B. Hackett, “The University as a Corporate Body,” en The Early Oxford Schools, ed. J. I. Catto, vol. 1, The History of the University of Oxford (Oxford: Oxford University Press, 1984), 38, 40, 50; David Knowles, The Evolution of Medieval Thought, ed. C. N. L. Brooke y D. E. Luscombe, 2ª ed. (Londres: Longman, 1988), 139–40; C. H. Lawrence, “The University in State and Church,” en The Early Oxford Schools, ed. J. I. Catto, vol. 1, The History of the University of Oxford (Oxford: Oxford University Press, 1984), 133.

[28] Hackett, “The University as a Corporate Body,” 65.

[29] Catto, “Citizens, Scholars, and Masters,” 162, 185.

[30] Como dice Hackett, “The University as a Corporate Body,” 94. Geoffrey Briggs dice que el libro que figura en el escudo tenía otra inscripción más tarde en 1574: In principio erat verbum et verbum erat apud Deum, de Juan 1:1, Civic & Corporate Heraldry: A Dictionary of Impersonal Arms of England, Wales, & N. Ireland (Londres: Heraldry Today, 1971), 294–295. En todo caso, la referencia a Juan 1:1 mira a Cristo como el verbo en una universidad dedicada a las palabras, y el lema Deus illuminatio mea es el actual, como testimonio de los tiempos medievales.

[31] Nigel Biggar, “What Are Universities For?,” Standpoint, agosto de 2010, http://www.standpointmag.co.uk/node/3156/full.

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