Minando el racismo
El racismo y la vocación de la iglesia
Al contemplar el horror tanto del asesinato despiadado de George Floyd como la furia de las masas en los Estados Unidos y en el resto del mundo, recuerdo el día en el que Martin Luther King fue asesinado en abril de 1968. En ese momento yo me encontraba en Toronto. El día después del asesinato me uní a decenas de miles de personas en una gran plaza de la ciudad cantando “We shall overcome” (Nosotros venceremos). Esto se había convertido en un himno para aquellos que, al igual que King, querían acabar con la discriminación racial de una forma pacífica. Realmente creíamos que la muerte de King removería las conciencias y que llegaría un cambio duradero. Medio siglo más tarde, parece que estábamos equivocados. Desgraciadamente, los grandes propósitos no siempre llevan a cambios profundos.
¿Cómo debemos leer la Biblia en estos momentos? ¿Cómo podemos ponerla en práctica? Permítanme ser claro: no basta con decir que “el racismo es pecado y debemos librarnos de él”. Lo que llamamos “racismo” no es solo dejar de obedecer un mandato moral, es decir, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El racismo es fallar a nuestro llamado.
La iglesia del Jesús ungido fue diseñada desde el principio para ser una familia mundial: el nuevo modelo de Dios para la humanidad. En nuestra propia generación, la iglesia ha luchado para reimaginar algo que siempre ha estado en el ADN cristiano pero que casi habíamos olvidado. El objetivo de formar parte del pueblo de Jesús nunca fue que llegásemos al cielo como individuos; el objetivo era que debíamos ser -en nuestra vida personal y corporativa- pequeños modelos operativos de la gran nueva creación que Dios ha prometido y que Él inició decididamente al levantar a Jesús de entre los muertos. Esta siempre ha sido nuestra gloriosa vocación.
Rechazar el racismo y abrazar la diversidad de la familia de Jesús debe ser tan evidente como orar el Padre nuestro, celebrar la Eucaristía o leer los cuatro Evangelios. No es tan solo una regla más que debamos cumplir. Es la esencia de quiénes somos. La ironía de la situación actual es la siguiente: hasta cierto punto, las iglesias han olvidado que esta era su vocación y que el racismo es el rechazo a dicho llamado. El término “racista cristiano” debe ser percibido como un oxímoron devastador.
La visión original de la iglesia unida: pequeños modelos operativos de la nueva creación
En Colosenses 3:11, el apóstol Pablo insiste que en la familia de seguidores de Jesús no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre. Esto es lo que significa ponernos la nueva humanidad que está renovándose en conocimiento según la imagen del Creador.
Este sueño fue ignorado con frecuencia por las iglesias occidentales de la Edad Moderna. Pero después fue tomado por la Ilustración secular. La visión secular de hoy de una sociedad global multicultural es un ideal cristiano al que se le ha extirpado el fundamento cristiano. Cuando el Papa Benedicto habló ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en abril de 2008, sugirió que el discurso de los derechos humanos se ha convertido en una forma de intentar obtener los frutos de la tradición judeo-cristiana mientras se aleja de sus raíces. Si lo hacemos, el discurso colapsaría en un gran combate de gritos con intereses particulares que entran en competencia. Este es el punto en el que nos encontramos ahora: una sección de la iglesia dice que los otros son racistas, mientras que la otra sección dice que los otros son comunistas. Necesitamos profundizar más, ir más allá del moralismo estridente, para que nuestra vocación fundacional sea el nuevo modelo de la vida humana.
¿Qué es esta vocación de “nueva humanidad” y cómo nos hemos alejado tanto que ahora nos limitamos a verlo como un imperativo ético aislado? La visión de Pablo de la iglesia brilla en cada una de las epístolas que escribe, en concreto en la epístola a los Efesios. Su famosa doctrina de “justificados por la fe” en realidad se desarrolla tan solo en dos epístolas -Romanos y Gálatas- y se menciona brevemente en algún versículo aquí y allá, pero su visión de la iglesia unida más allá de todos los límites tradicionales, en concreto las étnicas (con “judío y griego” como paradigma central) se declara con énfasis en cada una de las epístolas. Incluso en la breve epístola a Filemón, donde el asunto de “esclavo o libre” se menciona con una delicadeza pastoral poderosa. El clímax teológico y práctico de Romanos 14 y 15 es precisamente lo que podemos llamar comunión por la fe: “koinonia”. Es la demostración en la carne de la justificación por la fe.
Pablo insiste en que tiene que haber un recibimiento mutuo y radical entre los seguidores de Jesús de distintos trasfondos étnicos y de diversas prácticas culturales implícitas en dichos trasfondos. El objetivo de Romanos 15:6 es que “para que con un solo corazón y a una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Esta es la aplicación a gran escala de lo que Pablo quiere decir en Gálatas 2. Pablo le insiste a Pedro que los gentiles incircuncisos que han llegado a la fe en Jesús son miembros iguales del pueblo de Jesús junto a los judíos creyentes. No necesitan ser circuncidados dado que su estado previo como pecadores gentiles ha sido borrado por la muerte de Jesús, quien rescata a todo su pueblo de este mundo malvado.
Pero es en Efesios donde la imagen se desarrolla en su totalidad. En el capítulo 1, Pablo declara que el propósito de Dios era reunir todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, en el Mesías. Esto se mantiene firme contra la suposición cristiana occidental que el propósito de Dios es arrancar a los creyentes de la tierra para que puedan vivir con Él en el cielo, cosa que el Nuevo Testamento jamás dijo. La última escena de la Biblia (Apocalipsis 21-22) no se trata de las vidas salvadas que suben al cielo, es la nueva Jerusalén que baja del cielo a la tierra. El plan de Dios siempre fue renovar la creación entera (Romanos 8; 1 Co. 15) y que Dios mismo viniera y habitara entre los humanos en este nuevo mundo.
Esto significa que la iglesia no es tan solo una asociación cómoda que reúne a las personas que han tenido experiencias espirituales similares y se reúnen de vez en cuando para animarse unos a otros mientras escapan del mundo y ansían ir a otro sitio. La iglesia es la nueva familia de seguidores de Jesús: aquellos que han dejado atrás su anterior vida espiritual y han descubierto su nueva identidad como el pueblo del Mesías. Su existencia presente de carne y hueso como esta familia única extraordinaria e, incluso, milagrosa, es una señal y una muestra del propósito de Dios para el mundo entero. De hecho, esta familia ha sido llamada a ser un grupo de consanguinidad ficticia basada en la adoración, renovada espiritualmente, multi-étnica, sin distinción de género en el liderazgo, policromática, que se apoya mutuamente, mirando hacia fuera, culturalmente creativa y socialmente responsable. ¡Una buena definición resumida de la iglesia!
Por tanto, vivir de esta forma no es un extra opcional para los seguidores de Jesús, como una suerte de hobby añadido para aquellos que quieran algo distinto además de sus estudios bíblicos o de sus reuniones de oración habituales. Forma parte del paquete completo.
Ahora, todo esto es evidente en el Nuevo Testamento y en el cristianismo primitivo y concuerda completamente con lo que Jesús mismo subrayaba, especialmente en su oración como sumo sacerdote que encontramos en Juan 17, que todos sean uno para que el mundo pueda creer. Jesús dejaba entrever que si fallamos en eso, estamos dando a los no creyentes una buena base para rechazar que él había sido enviado por Dios.
La belleza del Pentecostés no es el colapso de todos los idiomas en una lengua hegemónica, sino el fluir diverso del Espíritu en todo el mundo creando una única familia policromática y políglota. Por supuesto, el desarrollo de esto no siempre podía ser fácil: las diferencias étnicas y lingüísticas siempre eran un punto de tensión en la iglesia primitiva. Debemos afrontarlas con una acción sabia y decisiva para preservar una unidad continuada para ser la avanzadilla de la nueva creación de Dios.
¿Por qué nos hemos equivocado tanto?
¿Cómo nos hemos equivocado tanto? ¿Por qué algunos de los grupos cristianos mejor formados del mundo han rechazado esta visión de una unidad policromática y consideran que todos los que discuten esto son peligrosos y subversivos? ¿Cómo llegamos a esto sin darnos cuenta siquiera?
Sin duda alguna, hay muchas razones, pero quiero subrayar dos de ellas. En primer lugar, tenemos el asunto de las consecuencias no intencionadas de las acciones adecuadas y correctas. Uno de los grandes logros de la Reforma protestante fue la traducción de las Escrituras a las lenguas vernáculas para que los cristianos de a pie pudieran leer la Biblia por sí mismos. Por el camino, sin embargo, se crearon iglesias y comunidades basadas en la etnicidad que ya no están adorando a Dios juntos a través de las barreras lingüísticas y étnicas. Cuando la aceptación de esta división se convirtió en la nueva norma, hasta le dimos un nombre elegante: denominación. Un término que suena respetable, como “justificación” o “santificación”, por lo que resultaba fácil que las divisiones étnicas visibles encajasen en este patrón. Ahora, el proyecto protestante al completo se ha dividido en tantos fragmentos que no podemos seguirles la pista a todos. Nadie parece haberse fijado que, a pesar de citar constantemente las Escrituras, estaban ignorando uno de los mandamientos centrales de las mismas. El racismo que tanto odiamos hoy en día es a la vez casual e institucional, se ha desarrollado a partir de un fallo más profundo del protestantismo occidental. En el mismo momento en el que la iglesia debería haber sido una luz brillante de unidad policromática, las iglesias mismas fallaron tanto como la cultura que las rodeaba.
Esta división en distintos grupos étnicos fue una consecuencia accidental y no deliberada de algo bueno que estaba pasando, es decir, la transmisión de las Escrituras y de la liturgia en los idiomas locales. Pero el segundo factor que debemos conocer es más profundo y creo que más desastroso: la suposición casi universal en las iglesias occidentales de que el único objetivo del cristianismo es ir al cielo cuando nos muramos, por lo que la forma en la que se organizan las cosas en la vida de la iglesia queda, esencialmente, relegada a un segundo plano. Es casi una victoria total del platonismo y el rechazo de la visión bíblica completa de la iglesia. El problema es que el énfasis que hace Pablo en la gracia y la fe por encima de las obras de la ley se ha escuchado una y otra vez en una cámara de eco platónica. Muchos protestantes, incluyendo muchos evangélicos, han llegado a creer implícitamente que Dios está más interesado en el mundo no material, y en la vida interior invisible del individuo, que en el mundo material y la vida real y visible de la iglesia, y esto ha dejado la puerta abierta para el veneno del racismo haya entrado sin que se notase. En nuestros tiempos, muchos estudiosos (incluyéndome a mí) han estado insistiendo que la doctrina de Pablo de justificación por la fe, apartada de las obras de la ley judía, versaba sobre la salvación absoluta de la nueva creación (no una salvación de irse al cielo) y la reunión de judíos y gentiles en una misma familia de Abraham, y que ambas debían estar estrechamente unidas.
Pablo se habría horrorizado al ver nuestra distorsión moderna. Si leen Romanos 14 y 15, verán que el recibimiento mutuo más allá de los límites étnicos y culturales no es meramente una implicación distante del evangelio; es la señal física, tangible y visible de la justificación por la fe misma. En un mundo cada vez más policromático, no basta con que nos refugiemos en comunidades que se parecen entre sí. Lean Efesios 3 o Colosenses 3 de nuevo. ¡Qué empobrecidos nos hemos vuelto en nuestros lugares que nosotros mismos hemos acotado!
Es importante para nosotros comprender por qué ha surgido el racismo en las formas en las que lo ha hecho y cómo el evangelio bíblico de Jesús, cuando se le da rienda suelta, lo mina radicalmente. Al igual que las dos razones que subrayé anteriormente, es importante ser consciente de la influencia del modernismo y del posmodernismo en este fenómeno. El modernismo ilustrado ha querido eliminar el racismo a causa de su punto de vista de que todas las personas deben ser idénticas, como una solidaridad homogénea. El posmodernismo ha querido eliminar el racismo porque todas las personas son distintas y deben ser valoradas y respetadas como tales. Por tanto, tanto la modernidad como la posmodernidad, han buscado eliminar el racismo por razones opuestas, pero la confusión ideológica parece alimentar la ira en lugar de controlarla, y aquellos que sufren suelen ser los más vulnerables. El proyecto de la Ilustración secular ha intentado lograrlo sin los medios para hacerlo, como una polilla que intenta volar hasta la luna. Los cristianos deberían haber visto llegar el racismo y haberlo denunciado en sus primeras etapas.
¿Cómo debemos responder?
En conclusión, quiero ofrecerles tres palabras urgentes para estos tiempos difíciles. En primer lugar, debemos reconocer que la visión de Pablo de la iglesia muestra algo que no puede lograr ninguna institución terrenal: la unidad diferenciada en la que una multitud de diferencias humanas, refractadas a través del prisma de la nueva vida en Jesús ungido, forman la unidad coherente del cuerpo de Cristo con sus muchos miembros. Esta visión de la iglesia es tanto un regalo como un llamamiento ante el que debemos medirnos.
En segundo lugar, la presente crisis debe crear una nueva ola de esfuerzos ecuménicos genuinos y urgentes, especialmente donde las diferencias étnicas son visibles y evidentes. Sé lo difícil que resulta, pero el evangelio y las Escrituras no nos dejan otra opción. Los líderes y los ministros de la iglesia deben unirse más allá de los límites tradicionales, conocerse unos a otros, orar juntos, leer las Escrituras juntos, intercambiar púlpitos y así sucesivamente.
En tercer lugar, lo que necesitamos ahora, siguiendo el reconocimiento necesario y el arrepentimiento por los pecados del pasado, es una amnistía gloriosa con un perdón recíproco. Como dije anteriormente, no basta con limitarnos a retorcer las manos ante el racismo y declarar lo malvado que es. Debemos comprender por qué ha surgido de la forma en la que lo ha hecho, y cómo el evangelio bíblico de Jesús relativo a la construcción de la familia de seguidores de Jesús lo destruye radicalmente. No hemos logrado vivir nuestro llamado en el evangelio al no vivir en esta unidad diferenciada y debemos arrepentirnos de ello. Esto implica un reconocimiento clarividente de la maldad que está teniendo lugar, y un arrepentimiento real tanto por esta maldad como por el resentimiento que ha causado, seguido del perdón, es decir, haciendo borrón y cuenta nueva. El evangelio de Jesús puede preparar el terreno para un nuevo comienzo, empezando con el Jesús crucificado y resucitado.