¿Qué es la cultura de la violación en el campus?

Comprendiendo un problema internacional dentro del marco sudafricano

Elisabet le Roux

Traducido del inglés por Laia Martínez

En 2016, el vicerrector de la Universidad de Stellenbosch (SU) en Sudáfrica, reconoció públicamente que en SU existía una cultura de la violación y afirmó que “la ’cultura de la violación’ va más allá de las acciones criminales o aspectos legales. Demuestra una cultura general de falta de respeto y de aceptación del acoso a las mujeres como algo habitual” (Universidad de Stellenbosch, 2016). SU no es la única institución de educación superior en Sudáfrica donde la cultura de la violación en el campus ha sido objeto de atención explícita. En 2016 y 2017, se sucedieron, en varias instituciones sudafricanas de educación superior, una serie de ataques a personas destacadas y protestas estudiantiles contra la cultura de la violación en el campus y las respuestas institucionales a esta. En la Universidad de Rhodes, por ejemplo, las protestas de la Lista de Referencia de 2016 (donde los estudiantes escribieron el nombre de once presuntos violadores y distribuyeron la lista por el campus) fueron noticia en todo el mundo.

La cultura de la violación en el campus

El término de “cultura de la violación” surgió en la década de 1970 (Harding 2015). En la literatura académica, la cultura de la violación denota un espectro interrelacionado de violencia sexual, así como la normalización y la aceptación social de estas prácticas en la sociedad (Burt 1980; Lonsway y Fitzgerald 1994, 1995). Buchwald et al (2005: xi) la define como “un conjunto de creencias que fomentan la agresión sexual masculina y apoyan la violencia contra las mujeres…” y destaca que la cultura de la violación consiente que el terrorismo emocional y físico contra las mujeres sea considerado como algo normal. Por tanto, la “cultura de la violación” no consiste (únicamente) en la violación, sino que microagresiones heteropatriarcales también pueden intimidar y limitar el movimiento y las funciones de las mujeres (Prieto et al, 2016). De este modo, la cultura de la violación se refiere a una cultura de violencia y agresión masculinas contra las mujeres; una cultura que se materializa en distintas maneras en el día a día. Pero a pesar de que el término ha existido durante más de cuatro décadas, hoy en día sigue siendo polémico y sus críticos a menudo afirman que exagera y dramatiza el problema (Harding 2015).

Es probable que el fenómeno de la cultura de la violación en el campus entrara en la consciencia colectiva con el estudio de Koss et al (1987) sobre la prevalencia de las violaciones a mujeres durante los años universitarios (Wooten y Mitchell, 2016). Sin embargo, durante las últimas cuatro décadas, varios estudios han demostrado que las mujeres en las instituciones sudafricanas de educación superior corren un alto riesgo de ser víctimas de una violación frustrada o consumada (Baum y Klaus 2005; Fisher et al. 2000; Karjane et al. 2005). Por ejemplo, en un estudio de 2015 sobre 3863 estudiantes estadounidenses, un 25% de los estudiantes varones admitieron haber violado o haberlo intentado, mientras que uno de cada tres hombres afirmaron que violarían a una mujer si esta acción no tuviera consecuencias (Messina-Dysert 2015). Wooten (2016:48) observa que estudios recientes en los Estados Unidos muestran que “las universidades están fallando estrepitosamente en su intento de abordar de manera eficaz la violencia sexual”. En 2013 se aprobó una legislación federal para combatir específicamente la violencia sexual en las instituciones de educación superior y en 2014 se estableció un equipo de trabajo nacional (Henriksen et al. 2016).

Sin embargo, el reconocimiento y las investigaciones sobre la cultura de la violación no solo se limitan a los Estados Unidos. La Comisión Australiana de Derechos Humanos lanzó en 2017 un informe nacional sobre la agresión y acoso sexuales en las universidades australianas, que se basó en una encuesta nacional independiente realizada en cada una de las 39 universidades australianas (Comisión Australiana de Derechos Humanos 2017). En ese mismo año, Universities UK lanzó un informe como respuesta a la petición del ministro de universidades llamado “Cambiando la cultura: Informe del equipo de Universities UK que examina la violencia contra las mujeres, el acoso y el crimen por odio que afectan a los estudiantes universitarios” (Universities UK, 2017). Aunque la existencia de informes de investigación, legislación y equipos de trabajo no siempre significa que se estén llevando a cabo los pasos necesarios para solucionar el problema, sí muestra que existe una concienciación creciente sobre el tema.

Sudáfrica y la cultura de la violación en el campus

Parte del reto de responder a la cultura de la violación en el campus en Sudáfrica es que se ha llevado a cabo muy poca investigación empírica sobre la cultura de la violación en el campus en las instituciones sudafricanas de educación superior, lo que implica que la comprensión de este fenómeno ni tiene una base adecuadamente contextualizada ni es relevante a los factores únicos e intersectoriales que moldean su aparición en diferentes espacios. En Sudáfrica, los factores como el género, la raza y la capacidad socioeconómica se entrelazan para crear un espacio que amenaza a las mujeres.

A menudo, las instituciones de educación superior forman una comunidad cerrada con sus propias normas, estructuras y prácticas que pueden convertirse en un microcosmos intensificado de la sociedad en general, con oportunidades de reproducir o reformar aquellas prácticas sociales arraigadas para una nueva generación de líderes intelectuales. Se ha argumentado que, cuando existe una cultura de la violación en la sociedad en general, esta se “derrama” dentro de las instituciones de educación superior, por lo que se normaliza una cultura sexualmente violenta en el mundo universitario. (Wooten y Mitchell 2016). Sin embargo, las violaciones en la universidad son más que un simple reflejo de la sociedad. Los estudiantes sudafricanos sugieren que en las residencias, a menudo, se prioriza la confianza emocional y que los arraigados rituales de iniciación pueden llevar a reiteraciones de masculinidad y feminidad nocivas (Collison 2017).

La teoría sobre la identidad social afirma que las personas quieren una identidad de grupo social positiva y que, para crear y retener esta identidad, tomarán parte en comportamientos y creencias que fomenten el prestigio y la posición del grupo, a la vez que se discrimina a los que no forman parte del mismo. A pesar de que una persona posee tanto una identidad personal como una identidad de grupo (aunque estas pueden ser la misma, claro está), bajo ciertas condiciones la identidad y la ética del grupo pueden reemplazar la identidad y la ética individual (Milillo 1006; Meger 2010). La violencia sexual puede servir como una manera de afirmar el poder del grupo, a la vez que se debilita la autoridad de los que no forman parte de él (Millo, 2006). La violencia sexual también puede promover la cohesión de grupo (Forster-Towne, 2011). Es por ello que las actividades de violencia sexual pueden crearse y mantenerse en los campus con el fin de fomentar la identidad y la cohesión de grupo.

Ya en 1985 se observó el vínculo entre la cultura de la violación en el campus y lo que ahora es reconocido como masculinidad nociva (Walsh 2015). La masculinidad existe dentro de la estructura de las relaciones de género y es un concepto que solo existe si se contrasta con la feminidad (Connell 1995, 2005). En esta relación, la masculinidad es, por definición, inherentemente superior y dominante respecto a la feminidad. La masculinidad hegemónica crea un sistema social (patriarcado) que apoya e impone el privilegio de la masculinidad y de los hombres. Sylvia Walby (1990:20) define el patriarcado como “un sistema de estructuras y prácticas sociales en las que los hombres dominan, oprimen y explotan a las mujeres”.

Las investigaciones apuntan a que las ideologías en las que se basan las prácticas de violencia dominante tienen que reconocerse y reformarse si queremos que queden interrumpidas a largo plazo (Anderson 2004; Klaw et al 2008). Por desgracia, Sudáfrica tiene un pasado de imposición socio-religiosa de las identidades y los órdenes sociales jerárquicos, en relación con la colonización, la raza, la sexualidad y también el género. El patriarcado apoya, facilita e impone la desigualdad de géneros y existe tanto en el ámbito público como en el privado. Además, ha demostrado ser imposible de erradicar. Esta es la realidad de todas las culturas de Sudáfrica. El Juez del Tribunal Constitucional, Albie Sachs, captó con exactitud la extensión del proyecto patriarcal cuando lo llamó “una de las poquísimas instituciones sin carácter racial en Sudáfrica” (Zalesne 2002:147). La prevalencia en Sudáfrica de los prejuicios de género que apoyan el patriarcado y favorecen la violencia de género no debería subestimarse, ya que Sudáfrica es conocida mundialmente por sus altos niveles de violencia sexual (Gqola, 2015).

La cultura de la violación en Sudáfrica y la religión

La religión ha demostrado ser influyente, de manera problemática, en la construcción de los prejuicios de género y en las ideologías de la violencia sexual que fomentan el dominio del hombre y la sumisión de la mujer. Se ha demostrado que, sin un compromiso crítico, la religión a menudo ha perpetuado la desigualdad entre los géneros y ha ofrecido una justificación religiosa a las injusticias patriarcales. El papel de la religión y su posible impacto en la cultura de la violación se ha teorizado especialmente en el contexto estadounidense (por ejemplo, Anderson 2004 y Messina-Dyart 2015). Los textos sagrados, como es la Biblia, juegan un papel fundamental en las ideas sobre los hombres, las mujeres y la relación entre ellos (Exum 1995). Esto aparece también en el contexto africano y sudafricano, donde teólogos y teólogas feministas han identificados patrones de patriarcado como las bases de instituciones e ideas religiosas (Le Roux 2014; Nadar y Potgieter 2010, Maluleke 2009, Pillay 2015). Aquí, uno ve el dominio masculino “santificado” y el liderazgo del hombre es interpretado como un mandato divino que reafirma una masculinidad hegemónica en la que el hombre está “diseñado por Dios para ser el rey” (Pillay 2015:65). Un aspecto clave de esta investigación es la idea de las feminidades cómplice que apoyan e imponen el patriarcado (Nadar y Potgieter, 2010). Al mismo tiempo, algunos académicos africanos están investigando no solo los prejuicios de género cómplices, sino también los prejuicios de género transformadores, explorando así el potencial y la capacidad de la religión para transformar aspectos culturales nocivos (entre ellos, la cultura de la violación).

Por desgracia, el debate actual, tanto en el ámbito político como en el académico, sobre la cultura de la violación en el campus obvia la religión. Sin embargo, en un campus como el de Stellenbosch, donde poco más del 93% de los 31854 estudiantes que se matricularon en 2017 se identificaron voluntariamente como cristianos, el papel de la religión no debería pasarse por alto al estudiar las actitudes y las creencias sobre el género y el poder. La religión puede ser una impulsora de la acción y el comportamiento dentro de la sociedad y puede ser usada para crear orden, estabilidad y cohesión (Weber 1930, Berger 11969, Hervieu-Léger 2000). En cuanto a la cultura de la violación en el campus, esta habilidad puede usarse para “bien” y para “mal”: aunque la religión puede apoyar e imponer unos prejuicios de género nocivos que favorecen una cultura de la violación en el campus, también puede tener influencia en la transformación de estos prejuicios de género nocivos y en la creación de una sociedad donde haya seguridad e igualdad para hombres y mujeres. Es por esto que, en un estudio empírico que se llevará a cabo en SU, analizaremos más detalladamente las bases religiosas de los prejuicios de género y de la cultura de la violación en el campus.

Conclusión

La cultura de la violación en el campus no solo es un problema de Sudáfrica. Al contrario. Investigaciones en todo el mundo se han asegurado de que este fenómeno reciba cada vez más atención, aunque aún no es suficiente. En el contexto sudafricano, al menos uno de los motivos por los que la cultura de la violación en el campus no recibe la atención que se merece es que el país ya está marcado por la violencia de género.

A pesar de que muchos de los factores subyacentes de la cultura de la violación en los campus sudafricanos y de la cultura de la violación en Sudáfrica en general son los mismos, no deberíamos perder de vista las diferencias. Por ejemplo, en SU parece que las culturas de grupo nocivas que se desarrollan en las residencias universitarias pueden favorecer especialmente el desarrollo de la cultura de la violación. De este modo, si queremos combatir la cultura de la violación en el campus debemos comprender y ser sensibles a las particularidades únicas de cómo se materializan y se imponen el patriarcado y la desigualdad de género dentro de la comunidad universitaria.

Lea más en el Número 5 de Palabra y Mundo:

  1. Las muchachas más allá de Ipanema / Deborah Vieira
  2. Una responsabilidad de todos / Kendall Cox
  3. La violencia de los hombres contra las mujeres en el campus / Jamila Koshy

Sobre la autora

La Dra. Elisabet le Roux es la Directora de Investigación en la Unidad Interdisciplinaria para la Investigación sobre el Desarrollo y la Religión en la Universidad de Stellenbosch, en Sudáfrica. Ella es socióloga y trabaja en el ámbito de la fe y el desarrollo, sobre todo en el sur global. Habiendo realizado varias investigaciones a nivel internacional para gobiernos y organizaciones religiosas internacionales, la Dra. le Roux tiene un interés especial en la intersección entre la religión y la violencia sexual. Su trabajo a nivel internacional incluye el estudio de las respuestas de las comunidades religiosas a los problemas de desarrollo en zonas de conflicto, el patriarcado dentro de las comunidades religiosas, y el conflicto y la paz interreligiosas. Pueden contactar con ella mediante este correo electrónico: eleroux@sun.ac.za


Preguntas para debatir

  1. ¿Crees que hay una cultura de la violación en el campus donde estudias o estudiaste? ¿Por qué lo crees así?
  2. ¿Puedes identificar estrategias eficaces que ha llevado a cabo (o podría llevar a cabo) tu universidad para combatir la violencia sexual?
  3. ¿Cómo están respondiendo las iglesias en tu campus a la violencia sexual y a la violencia contra las mujeres en general?
  4. ¿Cómo deberían combatir las iglesias en tu campus la violencia sexual y la violencia contra las mujeres en general?

Obras citadas:

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