Elisa Cunningham

La teología criatural

Compartir la vida y la alabanza con otras especies

Andrew Shepherd

Hoy en día, es imposible evitar las noticias diarias que nos informan del impacto negativo de la actividad humana sobre el planeta. Desde la cima de las montañas más altas hasta las profundidades del océano, nada parece haberse librado de la acción humana.[1] A lo largo de nuestra breve historia como especie, hemos modificado y transformado el medio ambiente que nos rodea, mediante la caza de la megafauna hasta su extinción, el surgimiento de la agricultura sedentaria desde hace entre 12 y 15 mil años, y el desarrollo de las megalópolis en los últimos cincuenta años. Sin embargo, ahora, tanto lo que es invisible a simple vista, como los niveles cada vez más elevados de las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera, como lo que es claramente visible, como la presencia de plástico en nuestras vías fluviales, los océanos y las costas, resaltan la evidencia de que nuestra relación con el resto del orden creado no va por buen camino. Nuestras acciones, que acaban destruyendo hábitats y contaminando la tierra, las vías fluviales, los océanos y la atmósfera, están contribuyendo directamente a un declive dramático en el tamaño de la población de otras especies.[2] El Homo sapiens está destruyendo el propio tejido de la vida: nosotros somos la causa principal de la sexta gran extinción masiva que está teniendo lugar en la actualidad.[3]

¿Qué piensa el Dios que profesamos alabar sobre este cataclismo ecológico? ¿Cuál debería ser nuestra respuesta como seguidores de Jesús frente a esta enorme pérdida de diversidad biológica?

Ante esta amenaza existencial, la mayor parte de la teología que escuchamos hoy en día es, a menudo, profundamente antropocéntrica. Hemos desarrollado teologías “ultramundanas”, en las cuales otras especies y el orden creado son vistos únicamente como el telón de fondo de lo que se considera el acontecimiento clave: la relación entre Dios y el Homo sapiens.Pero, ¿es realmente nuestra especie el centro de la historia, aún no terminada, de la relación entre Dios y toda su creación? Cuando indagamos en las Escrituras y la tradición cristiana y consideramos los descubrimientos de la ciencia moderna, nos damos cuenta de que, en nuestra soberbia, nos hemos sobrevalorado a la vez que hemos minimizado la importancia de las otras criaturas.

Criaturas como nosotros

Que Dios ama profundamente a toda la creación queda evidente desde el relato inicial de la misma, donde el Creador afirma siete veces que la creación “es buena” (Génesis 1:2-23a). Más adelante, en la narración del diluvio (Gn. 6-9), Noé obedece al SEÑOR y construye un arca para garantizar la conservación de la diversidad biológica frente a la consiguiente destrucción (7:23). Aunque el amor del Creador por todo lo que ha sido creado es evidente, ¿hasta qué punto responden las criaturas de Dios a este amor? ¿Cuál es la naturaleza de la relación que la infinidad de criaturas tienen con su Creador?

Gracias a avances recientes de la ciencia, ahora sabemos que compartimos entre el 96 y el 99% de nuestro ADN con nuestros parientes más cercanos: los chimpancés, los bonobos y los gorilas. Además de esta similitud genética, la investigación de los estudiosos del comportamiento animal también está derribando el muro conceptual que hemos erigido entre nosotros y las demás criaturas. Lejos de ser máquinas o autómatas que actúan puramente por instinto y que son incapaces de sentir dolor, tal y como afirmó injustamente René Descartes, estamos cada vez más cerca de descubrir la profundidad de la vida interior de muchas criaturas. La evidencia de que las criaturas sienten una gran variedad de emociones (dolor, alegría, tristeza, contentamiento, ira, depresión y soledad) sigue aumentando. Muchas de las acciones que atribuimos únicamente al ser humano (planificación, cooperación, engaño, altruismo, duelo, perdón, rencor, reconciliación, humor…) también existen en otras especies.[4]

Dios sopló el aliento de vida en todas las criaturas

Las Escrituras no ven a las otras criaturas como autómatas o figuras planas de cartón, sino como seres creados dinámicos, con una identidad propia y capaces de tener una relación con su Creador. Las poderosas imágenes empleadas en Génesis 2:7 de Dios el SEÑOR soplando el aliento de vida en la nariz de ᾿ādām, la criatura de la Tierra, se repiten a lo largo del Antiguo Testamento.[5] El salmista, al observar a todas las criaturas creadas en la sabiduría de Dios, recurre a las imágenes del aliento/Espíritu[6] de Dios moviéndose sobre las aguas de la creación (Gn. 1:2) y escribe:

Si escondes tu rostro, se aterran;
si les quitas el aliento, mueren
y vuelven al polvo.
Pero, si envías tu Espíritu, son creados,
y así renuevas la faz de la tierra. (Sal. 104:29-30)

Las Escrituras testifican que la vida de todas las criaturas depende del aliento dador de vida (ruach) de Dios. Qohélet, el autor de Eclesiastés, comprendió que la vida y el destino humanos están estrechamente ligados con la vida de las demás criaturas. Frente a la naturaleza frágil y transitoria de la vida humana, Qohélet apuntó que no deberíamos tener una opinión demasiado elevada de nosotros mismos y nos recuerda que nosotros también somos animales.

Pensé también con respecto a los hombres: “Dios los está poniendo a prueba, para que ellos mismos se den cuenta de que son como los animales.Los hombres terminan igual que los animales; el destino de ambos es el mismo, pues unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos, así que el hombre no es superior a los animales. Realmente, todo es absurdo,y todo va hacia el mismo lugar. “Todo surgió del polvo, y al polvo todo volverá. ¿Quién sabe si el espíritu del hombre se remonta a las alturas, y el de los animales desciende a las profundidades de la tierra?” (Ec. 3:18-21).

Las criaturas como agentes de Dios

No solo es verdad que las criaturas comparten con nosotros el mismo aliento/Espíritu vital, sino que las Escrituras también presentan a las criaturas tanto como agentes de la gracia de Dios así como mensajeros del juicio de Dios. En 1 Reyes 17:1-7, el profeta Elías, obedientemente, anuncia al idólatra rey Acab el comienzo de una sequía. Elías, aunque fiel en su anuncio del juicio de Dios, también tendrá que enfrentarse a las consecuencias de esta sequía. Cabe destacar que son los cuervos, animales considerados impuros, quienes se convierten en agentes de la gracia de Dios y traen a Elías una comida por la mañana y otra por la tarde. De la misma manera, otro profeta de Dios se convierte en receptor de las acciones salvadoras de otra criatura. Israel, un pueblo de tierra no acostumbrado al mar, sentía una gran antipatía por los mares. Sin embargo, Jonás, ante lo que para él es una sentencia de muerte asegurada (dirigirse a Nínive, la capital del Imperio Asirio, para proclamar la verdad a sus líderes), decide optar por los peligros del mar. Después de que los marineros del barco lo lancen al mar, una criatura procedente de las temibles profundidades se traga a Jonás y lo salva de perecer ahogado. En contraposición a Jonás, el pez obedece a Dios y devuelve a Jonás a su vida terrenal para que reciba, de nuevo, órdenes del SEÑOR.

En otro episodio, bastante cómico, vemos como una burra salva a su propietario, el adivino Balán, de la espada del ángel del SEÑOR. Balán, que ha sido convocado por Balac para que eche una maldición a los israelitas, golpea a su burra al no darse cuenta de que el animal ha cambiado de dirección para salvarlo del peligro invisible del juicio del SEÑOR. Sin embargo, el SEÑOR hace hablar al animal, quien se declara inocente. Su testimonio es defendido por el ángel del SEÑOR, quien anuncia que, si no hubiera sido por la intervención de su burra, Balán estaría muerto. Balán, ya sin su posición elevada, de pie junto a su semejante y en silencio, debe escuchar una vez más la orden que hasta ahora no ha acabado de acatar (Nm. 22:1-35). Es importante que reflexionemos cuántas veces, al igual que Jonás y Balán, pasamos por alto o ignoramos de qué manera las criaturas que nos rodean son mensajeros de la gracia de Dios y agentes de liberación. Para ir más allá de una visión del mundo antropocéntrica, necesitamos, como Balán, bajarnos, metafóricamente, de nuestro caballo.

Las criaturas exigen nuestra atención

Dentro de la tradición cristiana, se ha convertido en una práctica común hablar de los dos medios que Dios utiliza para manifestarse: la creación y las Escrituras. Sin embargo, para entender lo que la creación nos está diciendo, especialmente mediante las expresiones de las demás criaturas, necesitamos adoptar una nueva postura de quietud, caracterizada por la humildad y la disposición a ser enseñados. Job, ante una situación extremadamente difícil, se ve rodeado de amigos bien intencionados que le explican que la causa de sus problemas es un pecado sin confesar. Job defiende su inocencia e insta a los otros seres creados a que defiendan su rectitud, poniendo fin a los discursos de sus consejeros al pedirles que consulten y aprendan de las demás criaturas (Job 12:7-10). Más adelante, Job se ve obligado a seguir su propio consejo. Una voz desde el interior del torbellino: el SEÑOR interroga a Job y le ofrece una descripción detallada de la complejidad y misterio de la creación (Job 38-41). Job, al verse ante la maravilla abrumadora de un ecosistema repleto de vida dinámica en la que él mismo está integrado y sin la que no puede existir, confiesa con humildad: “De oídas había oído hablar de ti, pero ahora te veo con mis propios ojos” (Job 42:15). No es ninguna coincidencia que más tarde, otra persona obediente y justa, es decir, Jesús, dé las mismas órdenes a sus discípulos, exhortándoles a que “se fijen” (consideren, presten atención) en el comportamiento virtuoso de los cuervos.[7]

Además de tener un encuentro con Dios a través de la contemplación de la creación, ¿qué puede significar también el sintonizar con el mundo de las demás criaturas y tener una comunión directamente con ellas? Si bien hablar con las otras criaturas es un acontecimiento cotidiano (por ejemplo, cuando interactuamos con nuestras mascotas), ¿hasta qué punto escuchamos realmente sus voces? Nuestro fracaso en hacerlo parece estar vinculado (1) a la suposición cartesiana de que solo los humanos poseen un lenguaje y (2) a una equivocación sobre el principal propósito de este. A pesar de que la evidencia que refuta la idea de que los humanos son los únicos que se comunican mediante el lenguaje es cada vez mayor, todavía se tiende a concebir el lenguaje de una forma autoreferente: pensamos que el lenguaje nos da la habilidad de representar e interpretar el mundo que nos rodea. Si bien esto es cierto, no se trata del objetivo principal del lenguaje. Hasta ahora, he seguido hilos temáticos para señalar (a) el aliento/Espíritu que nos da vida a nosotros y a otras especies sobre la Tierra, y (b) hasta qué punto el lenguaje, en vez de separarnos de las otras criaturas, nos conecta, en una actividad recíproca, con los humanos, otras especies y Dios. Estos hilos aparecen entrelazados en un pasaje poético escrito por el filósofo medioambiental David Abram:

El lenguaje oral surge en ráfagas de nuestro interior, frases que son transportadas por el mismo aire que nutre los cedros e hincha los cúmulos. Una vez establecidas e inmovilizadas en una superficie plana, nuestras palabras tienden a olvidar que esta tierra azotada por el viento es quien las sustenta. Empiezan a imaginar que su tarea principal es ofrecer una representación del mundo (como si estuvieran fuera de este mundo y no fueran parte de él). Sin embargo, el poder del lenguaje sigue siendo, ante todo, una manera de entrar en contacto con los demás y el cosmos, una forma de llenar el silencio que existe entre uno mismo y otra persona, un oso negro sobresaltado o la luna creciente galopando por encima del techo como si de una vela hinchada se tratase. Tanto si es pronunciada con la lengua como si aparece impresa en una página o brillando en una pantalla, el don principal del lenguaje no es representar el mundo que nos rodea, sino llamarnos a la presencia vital de ese mundo, y a la presencia profunda y atenta de unos con otros.[8]

Compartimos con las demás criaturas diferentes cantidades del mismo código genético, el mismo aliento dador de vida y, con muchas de ellas, la capacidad para el lenguaje. Aunque el lenguaje nos convoca a una “presencia profunda y atenta de unos con otros”, existe una función aún mayor. Teológicamente, el propósito principal del don del lenguaje es el de ayudar a las criaturas en su adoración a su Creador. Y, a pesar de que podríamos pensar que solo la humanidad participa en la alabanza, las Escrituras nos muestran que no es así. El Salmo 148 presenta a toda la creación (seres angelicales, el sol, la luna, las estrellas, las criaturas de los mares y océanos, los sistemas meteorológicos, los paisajes y los árboles de los hábitats terrestres, y todas las especies, salvajes y domésticas, que viven en ellos) juntamente con la humanidad, como un coro enorme alabando al SEÑOR. De hecho, el libro de los Salmos concluye con la exhortación de que todas las criaturas devuelven el aliento que han recibido en forma de alabanza a su Creador: “¡Que todo lo que respira alabe al Señor!” (Salmo 150:6).

Las criaturas como copartícipes en la adoración a Dios

En este sentido, las Escrituras notoriamente nos alejan del centro y nos reorientan al afirmar que, además de ser mensajeros de esperanza y juicio y maestros de virtud, las otras criaturas son también adoradores como nosotros. Esta imaginería de todas las criaturas de Dios alabando a su Creador y Redentor culmina en la visión apocalíptica de Juan. Cuatro criaturas vivientes, símbolos de las criaturas salvajes (el león), los animales domésticos (el buey), los seres humanos y la vida aviar (el águila), se presentan ante el trono de Dios y declaran que la vida de todas las criaturas surge de la iniciativa de Dios (Ap. 4:11). La razón de existir es dar gloria a Dios. Mientras el Cordero de Dios, de pie junto al trono, abre el rollo que declara un juicio justo y reivindica el reino de amor de Dios, a estas cuatro criaturas se les une “cuanta criatura hay en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra y en el mar”, toda criatura extinta y viviente, para ofrecer una adoración eterna:

“¡Al que está sentado en el trono y al Cordero,
sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder,
por los siglos de los siglos!”
(Ap. 5:13).

Ante una biodiversidad decreciente, este mismo amor nos impulsa a proteger la vida de los demás cantores, para que así sus voces puedan seguir adorando a su Creador.

Preguntas para debatir

  1. Lee el libro de Jonás. ¿Qué papel desempeñan los animales en la obra de Dios en este libro?
  2. Lee el Salmo 148 o Apocalipsis 4-5. ¿Qué papel desempeñan los animales en estos pasajes?
  3. ¿Qué experiencias has tenido en las que otras criaturas han sido mensajeros de la gracia de Dios y/o agentes de liberación?
  4. ¿Cómo cambiaría tu vida si te dieras cuenta de que otras criaturas son agentes de Dios y copartícipes en la adoración de Dios? ¿Qué diferencia marcaría en tu universidad? ¿En tu movimiento nacional? ¿En tu iglesia?

Actividad

La próxima semana dedica un tiempo a estar quieto y en silencio para prestar atención a la vida de las otras criaturas que te rodean. Escribe un diario sobre cómo Dios te está hablando mediante la creación.

Lecturas adicionales

  • Bauckham, Richard. Bible and Ecology: Rediscovering the Community of Creation. Waco, TX: Baylor University Press, 2010.
  • Clough, David L. On Animals: Theological Ethics. Vól. 2. Londres: Bloomsbury, 2019.
  • Clough, David L. On Animals: Systematic Theology. Vól. 1. Londres: T. & T. Clark, 2012.
  • Deane-Drummond, Celia y David L. Clough. Creaturely Theology: On God, Humans and Other Animals. Londres: SCM Press, 2009.
  • Harris, Peter. Kingfisher’s Fire: A Story of Hope for God’s Earth. Oxford: Monarch, 2008.
  • Kolbert, Elizabeth. The Sixth Extinction: An Unnatural History. Nueva York: Henry Holt y Co., 2014.

Notas al pie

  1. A.J. Jamieson et al. “Microplastics and synthetic particles ingested by deep-sea amphipods in six of the deepest marine ecosystems on Earth,” R. Soc. open sci. 6: 180667, https://royalsocietypublishing.org/doi/pdf/10.1098/rsos.180667; Heather Saul, “Human waste left by climbers on Mount Everest is causing pollution and could spread diseases”, Independent, 3 de marzo de 2015, https://www.independent.co.uk/environment/human-waste-left-by-climbers-on-mount-everest-is-causing-pollution-and-could-spread-diseases-10081562.html.
  2. WWF. 2018. Living Planet Report – 2018: Aiming Higher. Grooten, M. y Almond, R.E.A. (Eds). WWF, Gland, Suiza, https://c402277.ssl.cf1.rackcdn.com/publications/1187/files/original/LPR2018_Full_Report_Spreads.pdf?1540487589.
  3. A pesar de que la población humana (7.600 millones de personas), solo representa el 0,01% de todos los seres vivientes, desde la aparición del Homo sapiens, nuestras acciones han resultado en la extinción del 83% de todos los mamíferos salvajes, el 80% de los mamíferos marinos, el 50% de las plantas y el 15% de los peces. Véase: Yinon M. Bar-On, Rob Phillips, y Ron Milo (2018), “The Biomass Distribution on Earth,” Proceedings of the National Academic of Sciences 115 (25): 6506-11. Aunque la extinción es una parte normal del proceso evolutivo, los científicos estiman que el ritmo actual de la extinción de especies es entre 100 y 10.000 veces mayor que el ritmo original.
  4. Véase la obra del primatólogo y etólogo holandés Frans de Waal, en especial: Our Inner Ape (Nueva York: Riverhead Books, 2005) y Mama’s Last Hug: Animal Emotions and What They Tell Us About Ourselves (NuevaYork: W.W. Norton, 2019).
  5. Génesis 6:17; Génesis 7:21-22; Job 12:10, 27:3 32:8,33:4, 34:14-15 ; Salmos 104:29-30, Isaías 42:5, 57:16.
  6. La palabra hebrea ruach puede traducirse por viento, aliento o Espíritu.
  7. Lucas 12:24; véase Andrew Shepherd, “Being ‘Rich towards God’ in the Capitalocene: An Ecological/Economic Reading of Luke 12.13-34,” The Bible Translator (próximamente).
  8. Becoming Animal: An Earthly Cosmology (Nueva York: Pantheon Books, 2010), 11, cursiva original.

Los pasajes bíblicos han sido sacados de la Nueva Versión Internacional® NVI® Copyright © 1999. Usada con permiso. Reservados todos los derechos.

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