El estudiante cristiano, la iglesia local y los movimientos cristianos estudiantiles: cómo desmitificar el lugar de la “para-iglesia”. 

Marc Debanné

Un joven estudiante cristiano en Quebec que quiere vivir su fe de una manera activa en el campus se enfrenta a un dilema: ¿cuánta importancia debería darle a su iglesia local mientras está estudiando? 

Para muchos miembros de iglesias que insisten en la primacía de la iglesia local en la vida del creyente, la legitimidad misma de su involucración como cristianos en el campus (es decir, en un contexto fuera de la iglesia) puede convertirse rápidamente en un problema de conciencia.  

Puede que este sea un síntoma de una doctrina no bíblica sobre la iglesia local, hasta tal punto que no reconocen a la Iglesia de Jesucristo en su realidad universal. Podríamos sostener que la solución a este dilema recae en volver a la eclesiología bíblica (es decir, la doctrina de la Iglesia) o, para ser más precisos, una eclesiología basada en la Biblia. Es un poco como una cristología que enfatiza la naturaleza humana de Jesús sin apreciar por completo su naturaleza divina: una doctrina de la Iglesia que no tiene en cuenta la naturaleza doble de esta (local y universal) llevará, inevitablemente, a situaciones prácticas que no se alinearán con el plan de Dios.  

Esta doctrina de la Iglesia bidimensional es paradójica: ¿cómo podemos entender la Iglesia como algo local y universal al mismo tiempo? Aun así, ello libera y empodera al creyente. Siembra las semillas para la creatividad y nuevas iniciativas: capacita a todo hombre o mujer fiel a ser preparado por su iglesia a fin de ocupar su lugar en la obra mundial de Cristo, tanto dentro como fuera de esa iglesia. Lo capacita para convertirse en un actor autónomo (mientras sigue dependiendo de Cristo) en iniciativas para el Reino de Dios. Este creyente se someterá a la autoridad de su iglesia local, a la vez que estará en comunión con ella, y podrá representar los valores y las convicciones doctrinales de su comunidad en su contexto sin tener que estar bajo la supervisión inmediata de un miembro del equipo de la iglesia para legitimar sus acciones. Estará preparado para actuar como un cristiano maduro, llevando a cabo “la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo”, tanto dentro como fuera de las reuniones de la iglesia local (Ef. 4:12b). 

El énfasis en la vida del creyente más allá de las actividades de su propia iglesia local no elimina la prioridad de la vida dentro de ella, sino que simplemente intenta restablecer un equilibrio que, a menudo, es descuidado.  

I. La Doctrina Bíblica de la Iglesia

Se entiende que la Iglesia, tal y como la presenta el Nuevo Testamento, es la continuación de la comunidad del pueblo de Dios, tal y como la fundó y organizó Dios mismo en el Antiguo Testamento. Es el qahal de Dios, la congregación de su único pacto, que se “reúne” ante Dios en los “Días de la Asamblea” (Deut 4:10; 9:10; 10:4; 18:16). Este término hebreo qahal se traduce, por lo general, en la Septuaginta como ekklesia, un término adoptado por el Nuevo Testamento para hablar de “la Iglesia”, el pueblo de Dios “reunido” en un pacto exclusivo con Jesucristo en el centro. Vemos como Pedro, por ejemplo, atribuye las mismas prerrogativas y responsabilidades a la Iglesia construida sobre Cristo que aquellas que fueron atribuidas a la comunidad de Israel (“reino de sacerdotes, nación santa, pueblo redimido [por Dios]”, 1 P. 2:4-10; Éx. 19:5-6). 

El principio rector de esta realidad del Nuevo Testamento, ya enseñada por Jesús mismo (Mt. 16:18), sostiene que solo hay una Iglesia, así como solo hay un solo Israel. Jesús también oró por su unidad (Juan 17:1-26). No es que esta unidad (grabada en la naturaleza misma de la Iglesia) estuviera ausente antes de que los hombres la expresaran de manera concreta, sino que tal unidad (vivida visiblemente) personifica el mensaje, predicado al cosmos, “para que el mundo crea que tú me has enviado (Juan 17:21). Además, la carta a los Efesios nos muestra que Dios tiene un plan concreto para su Iglesia universal en este cosmos: unir todas las cosas bajo una cabeza, Cristo (Ef 1:10), usando los ministerios de enseñanza en su Iglesia como una fuerza motriz e instruyendo a los creyentes a someter todo el cosmos (Ef. 4:11-12). 

Junto con estas verdades, mucho de lo que el Nuevo Testamento enseña acerca de la vida de los cristianos en la Iglesia está conectado con las expresiones locales. La existencia de tantas epístolas en el Nuevo Testamento para ser usadas, principalmente, en las iglesias locales y donde se encuentran exhortaciones importantes dirigidas a sus miembros, nos recuerda que el éxito de la iglesia local es una prioridad para los apóstoles y sus compañeros de trabajo. 

La Iglesia bidimensional capacita a todo hombre o mujer fiel a ser preparado por su iglesia a fin de ocupar su lugar en la obra mundial de Cristo, tanto dentro como fuera de esa iglesia. 

Por consiguiente, existe una paradoja, una afirmación doble acerca de la realidad que se vive en la Iglesia y que debe mantenerse en tensión: unida y plural, local y universal.  

II. La Iglesia universal y la iglesia local

La realidad principal de la eclesiología bíblica es la Iglesia universal. También debe ser el primer principio de la comprensión teológica del creyente sobre la Iglesia. Incluso si la vida en la iglesia local llena la mayor parte de su tiempo y energía (el caso de muchos cristianos), esto solo se vivirá correctamente cuando se entienda en el contexto de la Iglesia universal, de la cual es una manifestación local. La práctica de la iglesia local siempre tendrá que dar cuenta de la realidad de la Iglesia universal, nunca estará exenta de ello.  

11 Todo esto lo hace un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina. 12 De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. 13 Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o no, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. (1 Corintios 12:11-13, NVI)

Aquí, Pablo habla de la conversión de una persona como una inmersión en el Espíritu de Dios (¡solo uno!) y que sujeta al nuevo creyente al cuerpo de Cristo (¡solo uno!): la Iglesia universal queda descrita en su unidad orgánica. Esto implica dos cosas. En primer lugar, el nuevo creyente se convierte en un miembro de la Iglesia universal antes de convertirse en un miembro de la iglesia local, de la misma forma que el bautismo en el Espíritu Santo (la conversión y la regeneración, es decir, la realidad invisible) precede al bautismo en agua (la manifestación visible). En segundo lugar, el don que este nuevo creyente va a usar es, en principio, para servir a todo el cuerpo, incluso si, en la práctica, se usa especialmente en el contexto local.  

(1) El lenguaje del Nuevo Testamento respecto a la iglesia local revela dos cosas importantes acerca de la Iglesia universal: 

(a) El Nuevo Testamento expresa un equilibrio entre la unidad y la pluralidad de la Iglesia de Dios e indica una interpenetración de las dos realidades. Así es como muchas personas entienden la enseñanza del Señor en Mateo 18:19-20: 

19 Además les digo que, si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. 20 Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

Teniendo en cuenta que esta enseñanza es parte de un discurso de Jesús acerca de la Iglesia y de su vida interna, el gran teólogo reformado John Murray apunta que “debemos afirmar que, siempre que los creyentes se reúnan según la institución de Cristo y en su nombre, allí está la Iglesia de Dios y es a esta Iglesia de Dios a la que pertenecen las funciones, las prerrogativas y las promesas que Dios ha otorgado a la Iglesia” (The Nature and Unity [La naturaleza y la unidad], p. 324-325. Traducción del autor).  

(b) Al mismo tiempo, existe cierto comedimiento por parte de los autores del Nuevo Testamento al referirse directamente a las iglesias locales como “la Iglesia”. Está claro (incluso cuando no siempre queda visible en las traducciones modernas) que los autores intentan evitar expresiones tales como “Iglesia de Corinto, Iglesia de Antioquia” y prefieren usar términos más sutiles como “en la iglesia en Antioquía (Hechos 13:1) o “la iglesia de Dios que está en Corinto” (1 Corintios 1: 2). 

(2) Dos textos clave que describen la organización de los ministerios de la Palabra y del servicio en la Iglesia (1 Corintios 12 y Efesios 4:1-16) incluyen ministerios de enseñanza que podrían llamarse “intereclesiales” en sus listas, por ejemplo, los papeles de los apóstoles y de los profetas (1 Corintios 12:28; Efesios 4:11). Es posible que algunos incluyan menciones a los euaggelistai, “evangelistas” (Ef. 4:11) y a los didaskaloi, o “maestros” (1 Cor. 12:28). 

El caso de 1 Corintios 12 es muy interesante porque aquí Pablo busca solucionar un desacuerdo en una iglesia local. Lo hace describiendo las estructuras de la Iglesia universal y local en unidad y continuidad: sus diferentes ministerios, tanto locales como universales, al servicio del mismo cuerpo e infundidos con el mismo y único Espíritu.

La carta a los Efesios nos muestra que Dios tiene un plan concreto para su Iglesia universal en este cosmos: unir todas las cosas bajo una cabeza, Cristo. 

Para el ministerio de la Palabra, estos pasajes sugieren un alcance más allá de los límites de la iglesia local, capaz de nutrir y formalizar las relaciones entre las iglesias locales. Es por ello que también se sugieren conexiones ministeriales entre iglesias y entre cristianos de diferentes iglesias locales.  

(3) En su influyente artículo “Las dos estructuras de la misión redentora de Dios” (1974), Ralph Winter afirma que, desde la época de la Iglesia Apostólica, coexistían dos estructuras para asegurar el crecimiento y la continuidad del movimiento cristiano. En primer lugar, una estructura básica “generalista” (la iglesia local, inspirada por la sinagoga judía) que tiene como objetivo la longevidad en el tiempo y que reúne en un mismo lugar a una gran diversidad de creyentes (con diferentes generaciones, grupos étnicos, niveles de vida, profesiones, etc.), además de estar conectada con otras iglesias. En segundo lugar, una estructura más especializada, el equipo misionero (en el Nuevo Testamento, principalmente el equipo de Pablo, pero también otros, como Barnabás). Solemos centrarnos únicamente en el hecho de que el primer equipo misionero (el de Pablo) surgió de la iglesia local en Antioquía (Hechos 13:1-3) sin prestar demasiada atención a las señales de su estructura interna o de funcionamiento. Sin embargo, podemos ver que esta otra estructura se organizaba a sí misma. Rápidamente, desarrolló una autonomía de operación con respecto a la iglesia local que la había enviado, fue económicamente autónoma cuando necesitó serlo y era asociativa y selectiva en cuanto a su membresía. Sus miembros ya no son “todos los santos locales”, sino un subgrupo de cristianos que son capaces, están cualificados y han sido llamados. Con el tiempo, serán elegidos por parte de varias iglesias locales y deberán, a fin de participar en la misión de su estructura, tomar un compromiso adicional al compromiso espiritual básico que tomaron cuando se unieron a la iglesia local (Ralph D. WINTER, “The Two Structures of God’s Redemptive Mission” [Las dos estructuras de la misión redentora de Dios], Missiology 1974/2, p.123). Esta segunda estructura crea relaciones “horizontales” entre las iglesias, de miembro a miembro. Winter llama a estas dos estructuras “modalidades” y “sodalidades” respectivamente y afirma que en los períodos de importante crecimiento misionero en la historia de la Iglesia, estas dos modalidades casi siempre han trabajado en tándem.  

Entonces, si la enseñanza bíblica insiste en la importancia bíblica tanto de la iglesia local como de las estructuras intereclesiales como dos manifestaciones visibles del Cuerpo de Cristo, tendremos que reconocer que esta doble prioridad debe guiarnos en nuestra práctica eclesial de hoy.  

III. Conclusiones

En este artículo, hemos explorado la doctrina bíblica de la Iglesia a fin de desmitificar la existencia, en el movimiento cristiano contemporáneo, de dos manifestaciones diferentes de la Iglesia: la comunidad local y la estructura intereclesial. Después de considerar las “dos naturalezas” de la Iglesia de Cristo y algunas implicaciones prácticas de esta dualidad, esperamos haber establecido la validez de estas dos manifestaciones, así como el imperativo del Señor para que trabajemos por su unidad. También hemos intentado demostrar la legitimidad de las estructuras intereclesiales que unen a los creyentes de diferentes denominaciones en una tarea en común, como los movimientos cristianos estudiantiles como GBUC. Estos forman parte de una realidad del Cuerpo de Cristo y son útiles para su misión en el mundo. Finalmente, esperamos que nuestros esfuerzos para la reflexión sean útiles y contribuyan a un enfoque aún más meditado al mandato misionero: “que toda la Iglesia lleve todo el Evangelio a todo el mundo”. 

En este número

  • El estudiante cristiano, la iglesia local y los movimientos cristianos estudiantiles: cómo desmitificar el lugar de la “para-iglesia”. 
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