Sueños personales y tensiones políticas en Corea
Mi padre nació en Corea del Norte, en el seno de una familia cristiana. La mayoría de personas de su pueblo eran cristianas. Pyongyang, la capital de Corea del Norte, solía llamarse la «Jerusalén del este». Hoy en día, Corea del Norte es una de las naciones más cerradas y reservadas del mundo, etiquetada como parte del «eje del mal» por parte de George W. Bush y considerada como el lugar más opresivo del mundo para cristianos Lista Mundial de Vigilancia. Entonces, ¿qué pasó?
En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, se acabó con la ocupación colonial japonesa, que había durado 35 años. La parte norteña de la península coreana fue controlada por la Unión Soviética y la parte sureña, por los Estados Unidos (ya que, en aquel tiempo, estos países eran aliados). Esta división fue creada con la finalidad de conseguir una transición de soberanía sin obstáculos y nunca fue diseñada como algo permanente. Y, sin embargo, 72 años más tarde, Corea permanece dividida.
Durante el período de transición, la Guerra de Corea (1950–1953) se cobró cuatro millones de vidas, la mayoría civiles. Recuerdo a mi madre contándome el horror de la guerra cuando era pequeño, y el temor dejó una profunda huella en mi corazón. Una de mis pesadillas más recurrentes era una de guerra. La división y la guerra dejaron a la gente de la península coreana traumatizada, incluyendo a niños como yo, cuya experiencia sobre ella era de segunda mano.
Vivir con el enemigo
Durante mi infancia, a los niños se les enseñaba a ver Corea del Norte como el enemigo. En la escuela y en los medios de comunicación se describía a este país como un ejército paramilitar satánico que suponía una amenaza constante para nosotros, los buenos de Corea del Sur. Se nos enseñaba a estar vigilantes e informar de cualquier persona sospechosa que pudiera ser un espía de Corea del Norte, que podría ser identificado por sus zapatos llenos de barro (pues habría acabado de bajar de la montaña), su acento y expresiones extrañas (debido al contacto limitado con los del Sur) y su falta de conocimiento general (como, por ejemplo, el precio del billete de autobús). No es de extrañar que en la clase de arte, los estudiantes a menudo dibujáramos a los norcoreanos como monstruos con cuernos.
Además, las noticias solo afianzaban estas imágenes, pues hablaban de un país que no paraba de lanzar cohetes, de experimentar con misiles nucleares y de amenazar la paz de Corea del Sur. ¿Cómo podría explicarse tal comportamiento a menos que no fuera malvado?
Tensiones nuevas
A pesar de que las tensiones han vuelto a aumentar este año (con nuevas amenazas contra Corea del Sur y una guerra de palabras cada vez más intensa entre Corea del Norte y el presidente Trump, la bolsa de Corea del Sur no se ha sentido afectada. ¿Quiere decir eso que Corea del Norte en realidad no quiere empezar otra guerra? Y, si es así, ¿por qué continúa comportándose como un adolescente rebelde?
Limitada por el mar en ambos lados, Corea del Norte también comparte fronteras nacionales con China, Rusia y Corea del Sur, con Japón, un fuerte aliado de los Estados Unidos, un poco más al sur. Como es natural, Corea del Norte está preocupada sobre su soberanía a largo plazo y al dictador Kim Jong-un le preocupa su futuro. Kim está convencido de que no tiene ninguna otra opción, por lo que continúa desarrollando armas y capacidad nucleares.
Una respuesta cristiana
Como cristianos, ¿cómo podemos responder a ello? ¿Solo cuenta la tolerancia? ¿O deberíamos también conseguir armas e impulsar una agenda militar? A pesar de que el riesgo de una guerra catastrófica es demasiado grande, la tentación de no hacer nada parece aún más arriesgada.
Hace cinco años, unos obreros sénior de IVF Corea hicimos un viaje en autobús siguiendo la frontera entre China y Corea del Norte durante una semana. Al otro lado del río Yalu, pudimos ver Corea del Norte y su gente e incluso pudimos escucharlos reír y hablar.
Un día, durante un crucero por el río, el transbordador paró delante de una pequeña barca donde había dos norcoreanos. A medida que el transbordador se iba acercando, los hombres dejaron de hablar y nos miraron. Nos quedamos mirándonos los unos a los otros en un silencio incómodo durante un minuto o dos. A pesar de que básicamente hablábamos el mismo idioma, nadie se atrevió a saludarles o a decirles nada.
Poco después, el transbordador siguió su curso. Aquellos minutos de silencio, aunque en realidad fuera solo un momento, habían sido los más largos que había vivido jamás. En aquel preciso momento, pude sentir lo errónea que era nuestra división. La separación artificial de un mismo pueblo no puede ser correcto. Desde entonces, la unificación de nuestras dos naciones (o, al menos, la libertad de poder cruzar la frontera) se ha convertido en un motivo de oración frecuente para mí.
Orando por la unidad
Nuestra separación es un resultado de la política, y la política no parece ser muy eficaz para solucionar este problema. Confesamos que Dios es el Señor de la historia y las naciones. El curso de la historia puede cambiar radicalmente cuando Dios actúa y podemos encontrar muchos ejemplos de ello a lo largo de la historia de la humanidad.
Es por ello que clamamos a nuestro Dios soberano, como sus hijos. Oramos para que equipe a su pueblo y nos prepare para la posibilidad de una nación unida en la península coreana.
Un día, quiero visitar la ciudad natal de mi padre en Corea del Norte. Quiero conocer a mis primos y familiares. ¡Oro para que Dios haga mi sueño realidad!
Jongho Kim, Secretario General, IVF Corea