Poligamia y pobreza
La historia de un estudiante de Uganda
Crecí en una familia polígama y rota en Uganda. Mi madre me dejó cuando tenía seis meses con mi madrastra y mi padre. Mi madrastra tan solo se preocupaba por sus hijos biológicos. No quería que mi padre nos apoyase a mí o a mis hermanos en nuestra educación.
Durante mi tercer año en la escuela secundaria, mi padre dejó de pagarme los gastos de escolarización. Mis hermanos y yo tuvimos que quedarnos en casa y trabajar. Empecé a hacer toda suerte de trabajos en la aldea para ganar algo de dinero.
También empecé a orar.
Esperanza y pérdida
Eventualmente, mi padre me dejó ir a la escuela dónde él enseñaba, una escuela secundaria musulmana. Terminé la escuela secundaria con buenas notas y me dieron una beca para estudiar en la universidad. Por otro lado, mi tío se ofreció a pagar mis gastos de transporte, alojamiento y comida. El primer semestre fue bueno. Pero no duró mucho. Mi tío falleció repentinamente y mi fuente de apoyo acabó con él.
Me sentí desesperanzado. Cuestionaba a Dios. Parecía que me había abandonado después de levantarme. Sin dinero para cubrir mis gastos de transporte, me vi obligado a caminar varios kilómetros para asistir a clase. También me vi obligado a trabajar a tiempo parcial para mantenerme.
Entonces mi madre se enteró de mis dificultades y comenzó a trabajar de nuevo. El dinero que me daba me permitió alquilar una habitación en un hostal cercano al campus y todo cambió.
Un nuevo capítulo
El día que me mudé al hostal, quería darle gracias a Dios por su gracia para conmigo. Me uní al grupo bíblico universitario local de IFES y empecé a servir como el jefe de ujieres.
Poco después me nombraron Secretario General del grupo bíblico.
A través del grupo bíblico universitario, Dios me enseñó a perdonar, a tener coraje y a amar. Me ha cambiado. He aprendido a alinearme con el Señor y orar por mis profesores y por mi familia.
En el pasado me han hecho daño las personas a las que más amaba, pero esto no me ha impedido mostrarles amor y bondad. Aún sigo volviendo a la aldea para visitar a mi madrastra y a mis hermanos. No me enfado con mi padre por descuidarme porque, gracias al grupo bíblico, he aprendido que el amor de Dios es suficiente para mí. Nunca había experimentado tanto amor como el que he recibido en la presencia de Dios.
Quiero servir al Señor con todo mi corazón. Me gustaría ser un líder en la Iglesia.