Esperanza para los apaleados y a los maltratados
Miraba mi rostro en el espejo: Te odio, decía.
Y era así. Me odiaba. Odiaba mi vida. Odiaba a mi padre porque me apaleaba. Odiaba mi infancia solitaria. No estaba seguro, ni feliz. Ni en la casa ni en la escuela. Desde el 1º hasta el 12º, me maltrataban a causa de mi nombre. Todos los demás niños de la escuela tenían un apellido musulmán, pero el mío era cristiano. ¡Pero tan solo era un nombre! Desde luego que yo no era cristiano. Nadie de mi familia lo era. No creía en Dios y odiaba la idea de Dios como Padre.
Hablando con Dios
De alguna forma, me encontré yendo a un campamento cristiano en mi primer año de universidad. El ponente estaba especializado en apologética. Yo estaba bien formado y sabía suficiente acerca de la evolución y de otras teorías científicas como para debatir en contra de la existencia de Dios. O eso pensaba. Pero, este hombre tenía respuestas a mis preguntas. A todas ellas. Una a una, derribó cada una de mis objeciones, corrigió mis errores de concepto y encontró lagunas en mis razonamientos.
A la mañana siguiente hablé con Dios: Igual estás ahí. Pero no te vi en ninguno de los sitios que he recorrido en mi vida. ¿Dónde estás?
En cuanto oré, se me fue de la mente. Pero, por la noche, el ponente se volvió a nosotros y dijo: Hay alguien aquí que le ha preguntado a Dios si estaba presente en su vida. Dios te está contestando hoy: Él está aquí.
Me fui a un sitio tranquilo y lloré. Hablé con Dios de nuevo: Quiero estar contigo.
De 5 a 50
La vida no se volvió fácil de repente. Aún tenía problemas. Pero Dios estaba obrando en mi corazón y en mi vida.
Un obrero de IFES nos animó a mi amigo y a mí a empezar un estudio bíblico en el campus. Empezamos siendo 5, y crecimos hasta ser 50. Los estudiantes cristianos en ese grupo se fueron de la universidad y se convirtieron en una iglesia. Ahora trabajo a tiempo parcial como psicólogo y a tiempo parcial con el pequeño movimiento de IFES que tenemos aquí. Tenemos entre doscientos y trescientos estudiantes: Cristianos, cristianos nominales y musulmanes.
Ayuda para los desesperados
Conocí a una estudiante en una conferencia reciente. Su hermano había abusado sexualmente de ella y sentía que su vida había acabado. Se había intentado suicidar ocho veces. Le escuché durante dos horas. Era una historia desesperada y, desde el punto de vista humano, sin esperanza. No dije mucho, pero le prometí que Jesús podía ayudarle. Ese día supuso el inicio de una nueva vida para ella. Hoy cree en Jesús y está estudiando psicología en el extranjero porque quiere ayudar a otras personas que han sufrido abusos.
Su trasfondo no es poco habitual. Muchos estudiantes de este país están luchando contra el dolor de familias rotas, los divorcios, los abusos y las adicciones. Me encantaría que nuestro movimiento fuera un sitio en el que los estudiantes puedan traer sus problemas y a cambio encuentren libertad, sanidad y esperanza en Cristo.